sábado, 11 de junio de 2011

NOVELA

UN FIN DE SEMANA PESADO


Por Jorge Andrés Monroy


I


Alicia y los niños nunca supieron lo sucedido aquel día. No se lo diría, aunque desde entonces, por razones ajenas a su voluntad, hubiese empezado, para siempre, a necesitarla. Un día, no sabía cuando ni se empeñaba en saberlo, lo niños que crecieron junto a el serían hombres, Alicia aprendería a vivir con la sorpresa de su espalda encorvada, la ciudad verde donde había compartido junto a ella los tropiezos inevitables de cada uno de sus sueños cambiaría sus fachadas, sus costumbres, sus sitios de encuentro, y solo vendrían a visitarla cuando el calor de las avenidas de un continente ajeno ya no abrigara sus pasos como antes, como los primeros días. Solo entonces se atrevería a contarle que ese pudo ser el último día de su vida.
Alicia se veía mas hermosa con el vestido de flores blancas sentada al piano. Junto a ella, las pequeñas manos de su hijo tocaban tres notas que Alicia acompañaba con acordes extensos. Él los observaba desde la biblioteca por encima del libro sentado en un sillón amarillo. Al pasar la página vio el trozo de cinta, entonces sintió de nuevo la presencia de la muerte. Un viento amargo entró por la ventana que estaba abierta, y se convirtió de repente en el mismo viento que había sentido contra su rostro por el paso de uno de los meseros en el viejo café. Miró de nuevo por encima del libro y vio al mesero alejarse, y vio también la mesa que ocupaban dos hombres vestidos con trajes oscuros y sombreros. En la barra, el gordo de bigote servía dos tequilas a una pareja de viejos que ya parecían estar borrachos por el modo como el viejo le acariciaba sin pudor el seno derecho a la vieja mientras sacudía la otra mano celebrando el número de jazz. La mujer de color en su vestido rosa cantaba como los dioses, pensó, y mirando todavía por encima del libro se llevó a la boca un sorbo de té. Le había prometido a Alicia que llegaría temprano para hacer junto a ella las cuentas de lo que costarían las vacaciones: el hotel, la comida, los antojos de los niños. La amaba, sin duda, pero no llegaría hasta la mañana siguiente. No era su culpa. Tenía un asunto pendiente.


Había empezado a leer el libro en la mañana, antes de recibir las buenas nuevas que le alegraron el día. Dos malos negocios se cayeron y las acciones en las flores tendían a crecer. Su jefe le había señalado que eran dos motivos para pensar en un aumento. Solo faltaba que la convocatoria para nueva asistente de presidencia llegara a feliz terminó en el transcurso de la mañana, así que le encomendó que recibiera personalmente las hojas de vida de las aspirantes. En la sala de espera, codo a codo, estaban las veinte mujeres. En realidad hubiera querido que Gutiérrez como jefe de personal se encargara de todo, pero no era ocasión para contradecir una orden. Así que sin pensarlo otra vez se acomodó la chaqueta gris y entró.
Le llamó la atención adivinar el niño en el vientre de la mujer que estaba cerca de la puerta. La empresa aceptaba mujeres, pero no en estado de embarazo. Una de ojos azules, bonitos, pero no buscaban belleza sino inteligencia. La del portafolios negro parecía discreta, cualidad necesaria para saber callar las posibles equivocaciones de la presidencia. La de los ojos azules era blanca, además tenía la nariz recta y los pómulos delgados. Era más bonita de lo que había pensado a primera vista. Continuó dando la típica charla de las generalidades y los objetivos de una empresa y un puesto como ese. Les quito más tiempo del que había previsto, pero ellas escuchaban igual, y asentían pegadas a los asientos. Les pidió que pusieran las hojas de vida sobre el escritorio y se sentó a masajearse la nuca con un leve movimiento de cabeza. La ultima en salir fue la de los ojos azules. El vestido blanco llegaba a tocar el piso pero esa sensación de levitación hacía más interesante su extraña belleza. Le guiño el ojo antes de salir, ella sonrió complaciente.


Tomó la decisión en ese momento de ocultarle a Alicia lo del aumento, ahorraría ese dinero para no sabía qué en una cuenta secreta. En un par de horas serían las doce y los almuerzos de la empresa apestaban. Salió de la sala de espera con las veinte carpetas, avanzó por el pasillo despacio, silbando, pensando en la cuenta que llenaría de cosas inútiles el apartamento de sus sueños. Entró en su oficina, descargó las carpetas en su escritorio. Había dejado la radio encendida en el computador con canciones de todos los charros mexicanos. Ojalá que te vaya bonito, decía el verso que le conquistó los labios. Se sentó. Cantó durante unos pocos segundos hasta que se le ocurrió mirar la hoja de vida que estaba sobre todas las demás. La de la última mujer en salir. Que conozcas personas más buenas. La abrió pero no la miraba. Aunque yo te haya dado de todo, cantaba, pensando todo el tiempo en el aumento y en Alicia que estaría de paseo por la ciudad, gastándose su salario. Cuantas cosas quedaron prendidas, hasta dentro del fondo de mi alma, cuantas luces dejaste encendidas, yo no se como voy a apagarlas. Los últimos acordes de guitarra lo ayudaron a concentrarse en la hoja de vida.


La primera página estaba en blanco. La siguiente también. Y la siguiente. Pensó en un problema de impresión, se atrevió a lamentarlo. Pero al encontrar en la cuarta página una fotografía de la mujer con el mismo vestido blanco, recostada en la arena de una playa desconocida, al fondo la quietud luctuosa del mar en movimiento, se enderezó en la silla francamente impresionado. La nota debajo de la foto señalaba sin ambages un lugar y una hora, y terminaba diciendo no me dejes esperando. El lugar era el viejo café, la hora prevista era la que había cumplido él atentamente hacía ya treinta minutos mientras se tomaba despacio un vaso de te y leía el libro que había empezado a leer en la mañana, echando de vez en cuando vistazos por encima de la novela para no perder detalle de cómo se desenvolvían el par de viejos que tomaban tequila tras tequila en la barra, la mujer de color tan sensual como nostálgica dibujando escalas imposibles con su voz, el gordo de bigote que lo miraba de soslayo como diciendo no vendrá ya quien esperas.


Renunció. La idea de que nada podía salir mal aquel día se vino abajo. Le pagó en la barra al gordo de bigote el vaso de te. Para ese momento la concurrencia del café alcanzaba casi todas las mesas de la entrada, y la gente aplaudía cada excentricidad en el canto de la mujer de color. El viejo lamentó que se fuera en el mejor momento de la noche, y le invitó un tequila, pero él se negó aduciendo compromisos urgentes. Salió entre los aplausos de la gente que solicitaba con el choque de las copas la prolongación del número de jazz.


La calle estaba mojada por la lluvia. De cualquier manera quiso caminar. Guardó las manos en los bolsillos de la chaqueta gris. Aun podría andar por lo menos algunas cuadras hasta que se hiciera necesario tomar un taxi. El frío incómodo de las noches ya había trastocado su tranquilidad en otras ocasiones. Pero no era ese un día para pensar en cosas inconvenientes. Quería caminar y disfrutar de la lluvia, sobre todo ahora que el destino había cambiado esa posibilidad de infidelidad por algo de sano encuentro con la ciudad que ya no visitaba. Alicia jamás lo haría, de eso estaba plenamente convencido. Ambos creían en eso que tanto les había costado construir sin robarle nada a nadie. No había planeado coartadas ni falsas excusas, pero tampoco le diría la verdad. El semáforo le dio tiempo para detenerse en la esquina donde funcionaba una antigua librería, entonces notó la ausencia al interior de sus bolsillos. El libro se había quedado en el viejo café, a ya no sabia cuantas cuadras desde el lugar en donde estaba.


Se maldijo. No podía dejar sin terminar esa novela. La trama le había fascinado, la edición era perfecta, cómo no se dio cuenta que se le estaba quedando el alma en el café. Ya no importaba si llovía o no, si el aumento le daría para mantener en el futuro a una posible amante, tan bella o más que la mujer de los ojos azules que lo había plantado absurdamente, ni lo que pensara Alicia, ni nada. Había que recuperar esa novela, y no otra que podía comprar en la librería, que olería a nuevo y se dejaría leer igual que esta. No. Porque esta lo había acompañado ese día en que todo parecía ser normal y perfecto, y también iba a estar con él esa noche, luego de su discusión con Alicia, para acompasarle al ritmo de sus párrafos el camino del sueño.
Regresó corriendo, tropezándose con la gente, esquivando, empujando, ignorando los reclamos de todos. Contrario a lo que había pensado, la lluvia seguía siendo un caer de gotas delgadas sobre la ciudad, sobre su cabeza, que luego descendían por la frente mezclándose con el sudor hasta perderse entre el cuello y la camisa. No debía estar ahí pero ahí estaba, por que Dios era injusto y había tomado la decisión por él, porque la ciudad era injusta y no entendía su afán de liberarse de algo que lo ataba, lo consumía como una boca que aspira el ultimo sorbo de un cigarrillo, porque la vida le había dado un par de hijos que no eran suyos y una mujer como Alicia que sin su media naranja no sería nada mas que otro hueso mas en el plato del perro, y aun así era poco.


Entró en el viejo café con la respiración agitada y el mismo ritmo que traía de la calle. Todo allí seguía tan animado como lo había dejado. Antes de llegar a la mesa ya se había percatado de que el libro no estaba allí. El gordo permanecía ocupado lavando unos platos sucios cuando notó su presencia en el café. Lo llamó con la mano. El pensó que era un milagro que todavía hubiera gente honesta en la ciudad, y se acercó esperando que sacara el libro de algún cajón detrás de la barra pero no, el gordo lo felicitó por la mujer que tenía y le preguntó si no se habían encontrado, porque acababa de salir del café con un libro en la mano.
- Linda chica. Un gusto extraño por si no se ha dado cuenta. ¿Le esta siendo infiel verdad?
Miró al gordo con desprecio. Era el típico hombre que quiere meterse donde no lo han llamado. Sin reparar en que la pareja de viejos ya no estaban en la barra porque en ese instante ocupaban una habitación escondida detrás de las cortinas del baño donde cada pliegue de su piel empezaba a humedecerse, salió del viejo café, la chaqueta gris empapada, luces de neón en cada establecimiento donde la gente se agolpaba, fumaba, iba y venía salpicando sin detenerse el agua de los charcos que había dejado la lluvia.
A unos metros cruzando la calle, vio el vestido blanco de la mujer de ojos azules que se aproximaba a abordar un Volkswagen negro. Silbó con la lengua para adentro. La travesti que rondaba el bar de enfrente pensó que era con ella y de su exagerada mandíbula salieron varios gestos extraños. Le guiñó el ojo, y aunque sabía que era imposible alcanzarlo, se lanzó en medio de la calle a perseguir el automóvil.
Había pensado que la mujer de ojos azules se había marchado sin saber de su presencia. Por alguna razón no se extrañó cuando ella se dio vuelta en la parte trasera del carro negro. Tenía el rostro manchado de rímel y labial y la expresión de su rostro era la de una mujer desesperada. Corrió mas deprisa, saludando con las manos, pidiéndole que se detuviera. Ella empezó a manotear contra el vidrio, tal vez gimiendo o llorando, pero el sonido de sus manos se apagaba entre el de las voces y los carros. Fue en ese instante cuando la mano del que debía estar manejando el automóvil la tomó del cabello y la haló hacia atrás, entonces entendió que realmente estaba en problemas. La mujer de ojos azules desdibujó su gesto de angustia lentamente, hasta que la cara quedó inmóvil, cada espacio de piel en su puesto, ninguna arruga, ningún lamento, los ojos azules mirándolo a él directamente mientras el cuerpo se dejaba llevar hacia atrás y hacia adelante por la mano inclemente de aquel hombre. Antes de cruzar la esquina, la mujer logró sacar una mano por la ventana. La hoja del libro salió disparada por el aire que venía en contra, voló, planeó hasta llegar a estrellarse contra su pecho. Era la página 47 de la novela y estaba manchada de sangre.


II


No le gustaba leer. Los días transcurrían alejados de toda precaución relativa a esa parte del mundo que comprende la cultura, como si pensar no fuese un ejercicio más bien cotidiano. Dios no existe, el poder es un revolver en las manos equivocadas, la sociedad una mentira. Si pensar es el ejercicio de la libertad en su sentido más puro, ella había sido presa de la cadena de montañas que habían rodeado sus pocos años y sus muchas ilusiones. Tal vez en ese misterio, en la posibilidad de conseguir algo mas allá del gordo estúpido y entrometido que hasta ese momento había sido su jefe en el viejo café, estaría el motivo que la llevó a reparar en la mesa del hombre que leía mientras los demás disfrutaban alborozados una jazzista de color y un chorro de cervezas que corría garganta abajo como si fuera viento. También la propina, ya otras veces hombres por el estilo habían pagado muy bien por sus servicios.


Contó los billetes que tenía en el bolsillo. Bajo la premisa de que no fueran falsos, tenía suficiente para tomar el metro hasta la estación más cercana a su casa. De comida ni hablar, tendría que pasar largo hasta el desayuno, que tomaría como todos los días en casa de una amiga vecina que había convertido en costumbre lo que en principio fue un favor fraternal. Adentro le sonaban de vez en cuando las tripas pero había que seguir metiendo los platos sucios en agua, sirviendo bebidas y limpiando, actividades en las que había encontrado la manera de escabullirse del olor de la miseria que debía enfrentar para alejarse cada vez mas de la terrible visión de ser alguna vez una puta gorda y fea en medio de la calle. En un baúl de madera muy pequeño que reposaba en la parte más alta de su closet guardaba cientos de mariposas, pero además de las mariposas le gustaban los hombres y los viernes, aunque dos años atrás hubiese tenido que renunciar a esas pasiones por alguien que no lo merecía y que habitaba con ella el pequeño apartamento donde en muchas ocasiones se encendía la luz de la incertidumbre y era ella la que intentaba casi siempre con amor que se apagara.


Se llamaba Ricarda.
-¿Acaso mujer estas sorda? – Dijo el viejo golpeando la barra – ¡que me vendas los tragos te digo! – refunfuñó, pero la ira se desvanecía por el efecto devastador de la borrachera. ¿Qué había detrás de esos ojos medio rasgados y amplios como los de un búho, de la piel blanca sonrosada por el calor húmedo que a esa hora provocaba la cerveza, el murmullo, y tantas exhalaciones cargadas de humo blanco?
- Permiso, viejo estúpido. ¿Cree ser el primer imbécil que grita en esta barra? Yo no estoy sorda y usted esta ciego si no ve que la bandeja esta llena de tragos que hay que servir antes que los suyos – dijo, sopesando la ira.
Detrás del hombre podía haber tantas cosas: hijos abandonados, mujeres maltratadas, pequeñeces, frustraciones. Jamás había leído un solo libro, una línea siquiera, pero había algo en esa postura que despertaba su interés. Un artista aparecería solo a la hora de hacerle el amor, porque definitivamente no tendría nada que hablar con ella. No era menosprecio, era que mientras el leía y tomaba su vaso de te, abstraído en la tiniebla, en esa droga maldita en la que se puede convertir una buena fabulación de la vida, ella estaba sujeta a conseguir esa noche por encima de su presencia algo mas que un acercamiento o una palabra, algo mas que los labios crepitantes de un hombre apuesto que nada iba a entender de su necesidad.


- No es la primera vez que me sirve agresivamente, si sigues con esta chica todo esto se va ir al caño – comentó el viejo ya con los tragos en la cabeza.
- Ricarda es la mejor mesera que he tenido en años, nada mas métele unos pesos en el delantal y ya veras como se pone quedita para la próxima ronda – argumentó el gordo mientras secaba algunas copas.
Lo que había dicho era cierto. Atendió las mesas con la premura de siempre pero sin ademanes, sin sonrisas, con alguna sobreentendida displicencia. Cuando llegó a atender al viejo de la barra se encontró con que lo habían atendido primero que los otros, sin embargo, el viejo se aproximó con intención gentil al lugar donde descargaba las bandejas y le dijo que ahí tenía, que su servicio costaba mucho mas de lo que le pagaba ese gordo miserable y agregó que siempre había encontrado en ella un motivo para sentarse en esa barra mientras con la mano le sujetaba el brazo derecho. Ricarda gritó de dolor y dejó caer la bandeja con los vasos y copas que había recogido recientemente en cada mesa.


- ¡Métase ese billete por el culo!, viejo miserable, que yo no lo necesito- le dijo sin mas al viejo, que no sabía si atender la reacción de Ricarda o la arremetida del gordo ofuscado al ver el montón de platos sucios quebrados en el piso.
La primera vez en el baño había limpiado y limpiado hasta que las lágrimas se le congestionaron en las pupilas y la garganta. Se paró frente al espejo. No había lágrimas. Estaba indescriptiblemente hermosa. Era feliz. Todo lo que hiciera falta no era suficiente para indefinir su estado ni para cambiar el color de su corazón. Entonces subió la manga del suéter que usaba casi siempre y que ocultaba todos los atributos con que había venido al mundo. El espejo reflejaba la piel blanca de los brazos surcada por regiones rojas donde se había derramado sangre. Pero el hematoma del dolor estaba en el omoplato, ese rincón de la espalda donde cabe perfectamente una mano cerrada. El hombro de esteban era tan hermoso como su mano blanca de mujer pequeña en el espejo, que acariciaba la zona del dolor sin sentirlo, como su rostro que pretendía una sonrisa leve, como sus ojos que todavía guardaban el recuerdo de aquel orgasmo. En el forcejeo con el gordo, que trató de abrazarla sin entender el motivo real de los gritos, había alumbrado la astucia: sacó del delantal una billetera marrón, sucia, y aprobó con la cabeza cuando observó el manojo de billetes que había allí guardados. Suficiente para dar por descontada la noche sin propinas, pagar dos deudas atrasadas, y apañarse durante los próximas semanas evitando contratiempos. Pensó en la cara feliz de Esteban, que era un hombre de ceño fruncido y pocos amigos, cuando le contara el incidente. Le esperaba una noche larga.
Luego de darse un manotazo de agua en los ojos como queriendo despertarse de un sueño, salió del baño con la certeza de que no explicaría los motivos de la ira que solía ganarle el aplomo aun con las pastillas en la cabeza y que poco a poco había transformado su carácter, ni dejaría ver en su cuerpo la evidencia de un amor extraño. La canción apenas terminaba y el publico aplaudía la venia de la cantante de color con golpes de copas, gritos entusiastas y abrazos, lo que no evitó que notara la ausencia del hombre que leía en la mesa. Había quedado su vaso de té y el libro como dos pruebas irrefutables de su paso por el viejo café. Alguna vez en la vida iba a tener que meter entre sus piernas al artista que había visto en ese hombre como en tantos otros que iban y venían por el mundo con ese aire.
No quiso recoger el vaso ni el libro tal vez porque su instinto de mujer le decía que había que dejar que su presencia se disipara despacio, algo que en sano juicio jamás reconocería. Se sirvió un vaso de agua, lo bebió. La vida le iba a enseñar muchas otras lecciones pero ahí, en ese instante, se sintió vacía. Como si lo tuviera todo y no tuviera nada. Una sensación de estancamiento y extravío que salía casi de las luces de colores que se movían sobre la pared blanca, del humo congestionado, de su alma en la que se habían atascado durante tanto tiempo dolores y recuerdos.

- Quisiera entender porque lo haces pero no puedo – le dijo el gordo, que acababa de venir de enseñarles el camino al viejo y su acompañante hacia la habitación donde harían el amor hasta regresar a los veinte años.
- Es un desmedido y ya esta. No le des mas vueltas.
- A mi me sirve mas tenerte que a ti irte de aquí. Ese no es el tema. Pero no puedes romperme una vajilla cada semana.
- Descuéntame todo lo que te adeudo pero por favor no me pidas que te explique algo que ni yo misma entiendo.
- No te alcanzaría ni para irte a tu casita a ver que hay en la cocina.
Ricarda sabía que el incidente había costado más que unos platos sucios. Le extrañó que en la conversación aun no hubiera aflorado el tema. Si se lo decía lo iba a negar todo, como el viejo había negado la miserable intención que se escondía detrás de haberla tocado so pretexto de una propina. Entonces el gordo rompió el hielo.
- Quiero que sepas que tengo muchos motivos para apreciarte – admitió, con la botella de vodka en la mano y dos copas sobre la barra – tienes el ojo de mi madre, y ella en publico solía ser muy rara, una rareza que se manifestaba en su mirada, como tú, que en un segundo de tu mirada llevas mas emociones que las que he podido sentir yo en toda mi vida. Entre todas esas miedo. ¿A que le estas temiendo, Ricarda?
Sirvió los tragos. Se los tomaron al mismo tiempo. Ricarda metió las llaves y otros elementos en su bolso. Respiró profundo. Miró al gordo a los ojos. Quería decirle la verdad pero era imposible. Tenía ganas de llorar. Y en lugar de decirle que para ella el miedo era la única condición del amor, respondió:
-No te hagas tantas preguntas. Esa soy yo. Así me conociste y así seré hasta que me entierren. Con que me dejes trabajar es suficiente. Te veo mañana. Y dile al viejo miserable lo mismo.

- Tendré que esperar a que resucite a su nueva pareja.
Compartieron los dos la sonrisa de aquel rincón negado para quienes no fueran amigos del placer. Ricarda se abrió paso entre las mesas satisfecha con haber sellado un pacto del que no tenia noticia. En la entrada del café se tropezó con una mujer blanca. Se disculpó porque era ella la que había sido presa de sus afanes pero ésta no le respondió sino que la miró con desprecio. Entonces se dijo que estaba ataviada para un funeral, y se fue como venía, con el corazón hinchado y las manos llenas a tomar el tren dorado que iba al otro lado de la ciudad.
Durmió todo el viaje y no supo que pasaba hasta que la despertó un hombre que había viajado con ella el mismo trayecto varias veces.

-Señorita, es hora de bajarse – le dijo, sacudiéndola del brazo.
Ella abrió los ojos como si los tuviera pegados, con mucho trabajo.
-Esta bien – le respondió – si no me despiertas creo que llego al otro lado del mundo.
Cruzaron de la mano la transitada avenida llena de charcos esquivando los carros, caminaron hombro a hombro las calles desoladas con la ropa empapada hasta las rodillas, escuchando los ruidos de la ciudad que se alejaban, el sonido de sus pasos; hablaron lo necesario, donde trabajas, cuantos años tienes, también odio el frío, evitemos el olor del caño, ¿fumas?, todo sería distinto sin ladrones. En la última esquina donde el camino todavía era corto para ambos ella apagó el cigarrillo. El le dijo que ojalá volvieran a encontrarse.

Subió las escaleras con el temor de siempre a ser atacada, robada, violada, asesinada. Pensó entonces que al final de cuentas el gordo tenía razón, su vida era una zozobra constante. La bolsa negra era tan grande como un gato, y aunque las llaves estaban ahí, en esos pocos centímetros cuadrados, el tiempo que tardaba en encontrarlas era eterno. Las encontró, abrió deprisa y entró.

Estaba oscuro. Una oscuridad espesa, densa. Había goteras por todas partes que hacían una música delirante. Un perro ladraba a la distancia. En el lugar donde estaba, desabrochó el pantalón que traía empapado y se lo retiró cuidando bien no lastimarse las piernas con un movimiento en falso. Sabía perfectamente la distancia y los movimientos para llegar a la única habitación que tenía el precario apartamento. Sacó uno a uno los piecitos mojados del pantalón hecho dos hoyitos negros en el piso, y con las manos al frente avanzó tanteando a ciegas el espacio vacío. No gritó cuando el brazo de un hombre le aprisionó el cuello por la espalda dejándola parada en puntas de pie. Era Esteban, pero todavía se avizoraban espasmos de temblor en algunas partes de su cuerpo.

-Te estaba esperando puta – le dijo al oído con un hilo de voz donde había mas viento que palabras. Como si hubiera sabido en la oscuridad que llevaba medio cuerpo descubierto, lanzó la otra mano en línea recta hacia el lugar donde la delicada prenda blanca que llevaba Ricarda se hacía más delgada entre las piernas mientras le mordía el cabello y le arrancaba solo los que se quedaban enredados en sus dientes.
Ricarda pudo reconocer el cuerpo desnudo de Estaban con las manos. Tenía treinta y un años y una belleza india que le iba a durar toda la vida. Cuando ya empezaba a dolerle la zona que Esteban frotaba con violencia, sintió como la liberó dándole un empujón certero contra el suelo. Temió un golpe que de repente le hiciera daño, así que trató de alejarse a gatas pero esta vez la tomó del cabello. Le dio vuelta y le escupió en la cara un baba espesa mezcla de tragos y trasnochos que le abrigo la piel. Ricarda sintió el descenso de la saliva sobre su rostro blanco que en unos segundos bordeó el primer rincón de sus labios y sacó la lengua. Entonces Esteban esparció la saliva por todo el rostro buscando con la mano el lugar exacto donde estaba la boca de Ricarda, y sin soltarla del cabello, le acercó una erección impecable, casi insólita, para que con la lengua le limpiara cada rincón de su humanidad ansiosa que guardaba colores y aromas de una temporal permanencia silvestre.

De repente se retiró del rostro agitado de Ricarda. Su boca conservaría el sabor a Esteban por varios días. Respiró. Tenía lágrimas en los ojos que no eran de llanto. Entonces fue cuando la bofetada en la mejilla derecha le tumbo la cara y detrás de ella todo el cuerpo hasta dejarla tendida en el suelo. Ricarda pudo percibir el olor a tierra en las botas de trabajo de Esteban. Debían estar muy cerca de su rostro mancillado. El perro seguía ladrando como desde otra montaña.

Así, bocabajo, con las piernas una muy cerca de la otra, un Esteban tembloroso y jadeante que ella deseaba mansamente, penetró de un solo envión detrás de Ricarda. Recordó el incidente con el viejo, los platos quebrados, el artista del libro, al acompañante furtivo, la billetera, y olvidó todos los dolores que había sentido hasta ese instante. Se dejó amar como quien entrega su alma, convencida de que cada dolor en su cuerpo sería un instante de placer en su hombre. Con un movimiento inesperado, Esteban, que quería que su mujer lo sintiera en todas sus formas, retiró el calcetín con un hedor dulzón de su pie izquierdo y mientras penetraba una y otra vez el cuerpo de Ricarda, le cubrió medio rostro con la mano y la prenda, acción que lo acercó muchos kilómetros al clímax, así que en tres movimientos bruscos precedidos por los últimos, prolongados jadeos, dejó salir una palabra:
- ¡Dímelo!

Como pudo, Ricarda respondió cansada, queriéndolo un poquito más que antes.
- Adoro ser tu puta.













III
A las seis y cincuenta de la mañana la calle de los miserables contaba con más gente de la que se hubiera podido pensar en una ciudad de delincuentes a sueldo, traficantes pobres y menesterosos esclavos del estado. El sol calentaba las cabezas malolientes de los trescientos albañiles que a esa hora se empeñaban en la construcción de un edificio de veinte pisos frente al cual aparcó el automóvil despidiendo olor de caño en bocanadas negras que alteraban el ambiente.
-Eres el primer hijo de tu puta madre que me deja esperando – Masculló Esteban parado en la esquina mientras masticaba las vísceras con sangre de una vaca enrolladas en el pellejo de uno de sus órganos, algo que se vendía con el nombre de morcilla.
- ¿No pudiste encontrar un rincón mas miserable para desayunar?
- Muérdela, y verás que te queda gustando, o prefieres esta cabrón – dijo Esteban con la mano en la entrepierna y una sonrisa que dejaba ver la comida masticada adentro de la boca.
- ¿Hablaste con Reyes?
- Primero termina de comerte esa porquería y de esas cosas hablamos los dos solos en el carro.- respondió Pepe que ya no percibía sino el color del asfalto y el olor a gasolina barata.
- Si es que puedes llamar carro a ese Volkswagen destartalado que solo falta que caiga una cascara de huevo del cielo para que termine de desbaratarse.
-No jodas ladroncito y sube que no hay tiempo que perder.
Antes de subir, Esteban se tropezó con una rata que corría del Volkswagen hacía el restaurante. Maldijo. Odiaba las ratas tanto como los zapatos untados de mierda depositada en la calle.
-¿Alguna vez has vivido entre vacas?- preguntó.
- Nunca
- Las carnicerías huelen a vaca muerta pero las vacas huelen a mierda, y todos los rincones que hay alrededor de ellas huelen a mierda.
Pepe esperaba que el semáforo pasara a verde. Aceleró dos veces. Una gota de sudor blanco le mojó desde la oreja.
-Mi pueblo esta lleno de vacas. Y no soporto el olor de la mierda.
El semáforo cambio de color. Pepe hundió el piecito derecho hasta donde pudo. Una nube de humo desapareció todo lo que había detrás de ellos.
-Pues deberías – le dijo, mientras le daba golpes con dos dedos al volante y cuadraba el retrovisor – mierda es eso que te sale por el orto.
-¿Hablaste con Reyes? – preguntó Esteban.
Había sido una conversación parca. Era la tercera vez que confiaba en ellos para cosas como esa. Habían salido ilesos y habían cumplido el objetivo, así que Reyes le dijo que había razón de más para volver a darles trabajo. Solo que esta vez no sería como las otras veces, sería algo diferente.
-Hablamos. Lo de siempre.
- ¿Y que es lo de siempre?
La ciudad se calentaba cada vez más. Esteban notó que la cicatriz que el roce de la bala había dejado la última vez en una de las manos de Pepe era ya casi imperceptible. No hablaban por teléfono, y dejaban de verse durante largos periodos de tiempo cada vez que se encontraban para hacer un trabajo. Él tenía una similar en la espalda. Había matado al infeliz que le había acercado tanto a la muerte, como a muchos otros, hasta que la misma institución policial donde trabajaba decidió que debía ir a la cárcel por un tiempo. Era joven, soportó la dura prueba con valentía y se dedicó luego a hacer mandados, construir casas o edificios y a hacer vueltas, como decía Pepe.
-¿Pero que como es la vuelta? – preguntó Esteban.
Las cosas como se las había planteado Reyes no le gustaban. Miró a Esteban de pies a cabeza y se preguntó si sería capaz de cargar semejante indio encima. Reyes había sido muy claro, esta vez es importante, mas que las otras, porque dos grandes amigos no se abandonan Pepe, entonces él se preguntó que carajos estaba pensando su jefe que jamás hablaba en esos términos de algo o de alguien, pero le dijo que no había ningún problema, que su amigo iba a tener lo que quería.
-Hay que matar a uno. Esa es la vuelta.
-¿Cuánto hay?
- Dos grandes.
Pepe se dijo que tendría que arrastrarlo al canal como una bestia, y no era raro que después de tanto haber intercambiado insultos o compartido recuerdos de la más cruel y descarnada violencia, hubiera empezado a quererlo. Esteban era peor, era malo. Era incapaz de la más mínima compasión. Por eso cuando Reyes le dijo que eran cuatro grandes lo que se iban a ganar por el trabajo, pensó que lo mejor sería cargárselo a él también y dejar para siempre las vueltas.
-¿Dos?
-Si dos. Uno y uno. La mitad ahora, la mitad después.
Sacó un fajo de billetes de una bolsa negra que estaba en el asiento trasero junto a una guitarra y dos maletines amarillos. Le entregó su parte. Reyes le iba a rogar que por favor no abandonara la organización, pero la decisión estaba tomada. Nunca volvería a empuñar un arma contra nadie. Dobló en la esquina y se detuvo. Apagó el carro en dos tiempos. Era una calle deshabitada que conducía a un camino de piedra. Sacó el mapa de la ciudad y lo abrió de par en par con la ayuda de Esteban.
-A las nueve el tipo va a estar aquí – dijo señalando un lugar en el mapa – justo en el banco donde tiene todo su dinero.
-No me habías hablado de robo.
-No lo vamos a robar. El tiene que hacer algo en el banco a esa hora. Eso es todo. Reyes quiere que no lo perdamos de vista.
-Y que hizo el desgraciado, ¿le debe algo a Reyes?
Era mas grave, sin duda. Pero no era suficiente para que Pepe sintiera un poco de desazón por decirlo menos. Sintió nauseas. Ese tipo sí que tenía una gran deuda en ese banco y esperaba engatusar a los acreedores con una pequeña parte mientras le llegaba el agua al cuello.
-Nada.
-¿Nada? No me vengas a hinchar los huevos.
- A las nueve cuarenta y cinco, antes o después, saldrá del banco y se dirigirá al servicio postal.
-¿dime que carajos hizo este hijo de puta?
-A las diez treinta recogerá una niña en la escuela del distrito que esta cerca de la iglesia de Santa Clara, y la llevará a casa de su hija.
-¿Quién es este infeliz dime de una puta vez?
- luego, a las once y diez minutos exactamente, se sentará a tomarse un café en la terraza del edificio El Marqués de la zona industrial – dijo Pepe terminando con el dedo el recorrido en el mapa.
-Si, todo muy bien, pero ¿que hizo?, ¿quien es?, ¿porque vamos a matarlo?
-El edificio esta rodeado por cinco torres similares a esa pero más altas. En una de esas torres vamos a estar nosotros a esa hora para disparar desde allí y matarle.
Esteban esperó en silencio una respuesta, con la mirada fija en la mirada de Pepe.
-Es el mejor amigo del jefe - respondió Esteban con una expresión que no necesitaba palabras. Pepe se quedó callado, con la boca abierta y los ojos extraviados en algún lugar del camino de piedra.
-Eso es lo que te jode entonces, que Reyes quiera matar a su mejor amigo. ¡Eres un imbécil! - dijo Esteban entre extravagantes carcajadas.
-Si, el le pidió a Reyes que lo matara, el sabe que lo vamos a matar, incluso, el nos va a estar esperando ahí sentado para que lo matemos, lo que no sabe es desde que torre le vamos a tirar el dardo. ¿Entiendes? eso es lo que me jode, que yo nunca había disparado contra alguien que supiera que lo iba a matar. Es descabellado, absurdo. Ese tipo esta definitivamente loco.
- Quiere cobrar el seguro. Tiene un seguro y quiere cobrarlo ¿no es cierto?
-No, quiere que lo matemos. Su madre esta muerta, nunca va a terminar de pagar la deuda con el banco, sus acreedores le van a enviar a la cárcel por mucho tiempo, esta casado con una mujer que detesta, el seguro es muy pobre para saldar ninguna cuenta, y acaban de diagnosticarle cáncer. Quiere morirse, el cabrón.
-Si, es raro. Pero si el tipo va a estar muerto, ¿Qué más da si lo robamos?
Cuatro grandes iban a ser suficientes para empezar de cero en la frontera. Había soñado con volver a ver ese pueblo para fumarse algo en el río y esperar con las puertas abiertas de par en par que se llenara su negocio de armas y accesorios para cacería. Se limpió el sudor con la toalla, se miró en el espejo retrovisor: era el pueblo donde había probado el mejor queso de cabra del mundo. Con suerte, todavía había tiempo para encender la llama de un amor. Compró las boletas del viaje en un carro afectado por el uso para las cinco de la tarde del día siguiente. A Esteban lo iba a echar a rodar cuesta abajo en un abismo de mil metros. Solo le faltaba un cabo por atar.
-Olvídate del robo. Hay otra cosa.
-¿Qué?
-Esta vez yo tiro y tú manejas.
-Como yo tiro y tu manejas, estas loco, yo no se manejar, al menos no como tu.
-Es el trato, Esteban, así están planeadas las cosas.
-Oye, oye, aún seguimos siendo dos amigos ¿no es cierto? Por el bien de este trabajo, maneja - respondió Esteban, pero el silencio inquebrantable de Pepe dejó ver que ya había tomado una decisión, entonces agregó - Vas a tener que comer mierda si me dejas en este carro sin un arma.
Darle un arma a Esteban era a complicar las cosas. La más mínima sospecha lo iba a hacer accionar el gatillo. Si quedaban vivos se iban a torturar mutuamente hasta llegar a la muerte. Era un riesgo que había que correr, una posibilidad.
-Hay un arma en la guantera – dijo Pepe resignado con el rabillo del ojo en el rifle que reposaba metido en su estuche amarillo en el asiento trasero.
-Todo en orden – dijo Esteban y se lanzó como una bestia a abrir la portezuela donde esperaba encontrar la dotación respectiva. Al abrir la guantera, un libro de pastas amarillas salió como un conejo de mago, dando saltos, hacia la humanidad de Esteban. No había nada más.
-¡Puto de mierda! – dijo Pepe – ¡Puto de mierda!
-¿Y el arma, cabrón? ¿Me estas chingando?
-No, espérate. Siempre llevo un arma en la guantera – y era verdad, pero Esteban no era el tipo de persona para creer en lo que no había visto ni para juegos de semejante naturaleza.
-¡Y a mi que diablos me importa si no hay ningún arma, hay un libro cabrón, un puto libro!
- Si, ya lo se y te vas calmando. Fue mi hermano.
-¿Tu hermano? ¿Tienes un hermano que es un hijo puta ladrón y te robo el arma?
-Fue mi hermano, le presté el carro ayer en la noche para que fuera a emborracharse con sus amigos pero olvidé que había dejado el arma adentro. ¿Entiendes? Ahora mismo ha de estar con sus amigotes dando tiros al aire en algún lugar de la ciudad.
- Ahora si me cagaste – dijo Esteban con el ceño fruncido. Tomó el pequeño libro en sus manos descomunales de una esquina como si fuera un arma y lo metió en el pantalón – Ahora voy a disparar palabras cabrón.
Después del comentario los dos empezaron a reírse. Pepe porque comprendió que esta vez su hermano le había salvado la vida y le debía mucho más que el abandono al que lo iba a condenar cuando se fuera. Esteban porque sabía que esa sensación sublime de poder la iba a encontrar también detrás de algo que no era precisamente un arma. Se rieron hasta que se les cansaron el cuello y los labios. Se rieron y al final de la risa se miraron fijamente al borde de una palabra.
-¿va? – preguntó Pepe.
-Va – le respondió Esteban con espasmos todavía en el estomago.























IV

-Son cuarenta y cinco mil pesos.
La mujer abrió la billetera y pagó de contado. En la fila esperaban todavía siete u ocho personas para cancelar sus compras. El niño con el que venía la mujer la halo de la falda para decirle algo al oído. Eran casi las ocho de la noche, hora de entregar el turno en la caja. El Marquet contaba con otros veinte puntos de pago que estaban ubicados en línea recta, uno detrás de otro. La mujer, intuyendo en su hijo una ingenuidad tendenciosa, extendió una mirada comprensiva.
-Dice que le gustan tus ojos - le dijo, mientras recibía el cambio y la factura de venta.
Acostumbrado a este tipo de halagos en escenarios no tan convencionales, Román entendió que la mama quería una respuesta tanto como el niño.
-¿Cómo te llamas? – le preguntó.
-Me llamo Tomás – le dijo el niño con los nervios de punta.
-Lindo nombre – respondió Román y le entregó una caja de chocolates – para que te los comas mientras llegas a casa.
La mujer y el niño le agradecieron antes de irse. Mientras se iban de la gran tienda, el niño había seguido con los ojos a Román hasta que lo perdió de vista.
-No se sabe con los niños hoy en día – comentó la abuela que había llegado con un carrito lleno de fármacos – pero no debiste darle chocolates, eso aumenta la confusión en los jovencitos.
-Si quiere saber mi opinión, yo admiro que a tan temprana edad sepa bien lo que quiere, y espero que tenga buen día, porque mi turno termina justo en este momento – le respondió Román sin censura por parte de la joven que lo iba a relevar en la caja registradora.
No era la panacea pero el trabajo en el Marquet le había resuelto la vida durante mucho tiempo. La vida modesta pero sublime a la que se acostumbró de a poco incluso retando la suerte, que no era mucha, porque si bien los recuerdos del pueblo aquel en el que había nacido los había aniquilado el temblor asfáltico, las calles llenas de extravagancias, los ritos insospechados de amor y de violencia que afloraban en la ciudad, también habían cambiado la juventud de piel lozana y corazón sincero con que había llegado, y los bolsillos vacíos que ahora solo usaba para ir a trabajar.
-¡No puedo creer que lo hayas hecho!- le había dicho la mañana de ese mismo día Lucía, la travesti que mas quería en el mundo. Román estaba recostado en el sofá, con el teléfono suelto, en altavoz, ojeando algunas revistas de moda que habían llegado a la casa y no había tenido tiempo de leer. Llevaba los senos libres de la faja que debía ponerse para ir al Marquet, y una tanga morada que no le iba nada mal. En la mesa de centro un Martini casero servido en copa redonda. Húmedo, amarillento, un condón usado se advertía en el rincón de la escalera.
-Me debes el vestido Channel y la amada Carolina Herrera que vimos en vitrina nena, ah, y lo más importante: un polvo que te voy a dejar sin culo. – Respondió Román. Se rió a carcajadas mientras sus ojos se extraviaban en las fotografías de la hermosa pasarela de Milán. Algún día participaría en un reinado en una capital de ensueño con marinos morenos vestidos de blanco acompañándola a todas partes.
-No te debo nada. Hasta que no te encuentres con él en el viejo café no te debo nada. Pero mira que pasar por mujer en una entrevista laboral es lo mejor que has hecho en tu puta vida.
- Lucía, estaba cagada. Esperé todo el tiempo que me dijeran algo, que no contrataban hombres vestidos de mujer, algo. Pero cada semental en la compañía me halagó con su mirada. ¿Puedes creerlo? Me sentí la reina de la entrevista.
- Si supieran que sin vestido ni maquillaje eres mas hombre que el animal de tu hermano, y que la tienes mas grande.
-Pero mira que te ha gustado que te coja, guapa, a ver si te enamoras de mi algún día.
Lucía respondió con una sonora risotada y un nunca que le salió de las tripas pero no del alma. Estaba enamorada perdidamente de Román. No solo era el hombre más hermoso que había conocido sino que además era el más sensible. Tal vez el mejor amigo que había tenido en toda su vida. Lo amaba porque no había querido ser puta, sino vendedor de Marquet, porque respetaba que ella si fuera puta y la sacaba del apuro impensado en el que el oficio la sabía meter a veces, siempre con un abrazo que disipaba las lágrimas. Y lo amaba porque a diferencia de todas las personas que había conocido, Román era fiel. Pero Lucía nunca entendió cómo se podía ser fiel al propio hermano, ser la mujer de su hermano. Román decía que lo amaba, que era el hombre de su vida. Y Lucía siempre pensó que eso era una simple locura, un desgreño de alguien que había nacido para estar con ella y no con ese tipejo que olía a gasolina barata y a cerveza y que se llamaba Pepe, como un perro.
-Sería la primera mujer en tener un marido con tetas- dijo Lucía luego de un prolongado silencio.
-Yo tengo marido, tú tienes las tetas, deberías conseguirte uno bien guarro como a ti te gustan e intentar una vida de pareja. Deja de putear Lucía –respondió Román con en corazón en la mano – que los años se te van y la calle es cada vez mas peligrosa.
-Lo tuyo es un pecado mortal, Romina, eso de estar comiéndote a tu hermano, no está bien, pero a ti poco te importa.
Román se incorporó en el sofá, bebió de un solo sorbo el trago que estaba servido en la mesa, y tiró la revista hacia cualquier lugar en el piso.
-No te vuelvas a meter en esto – le dijo – que no es tu lío Lucía, no es tu lío.
- Entonces te espero puntualita esta noche en las gatas golosas. A ver si tu jefecito llega a horas o te deja plantada, Romina de mi alma –dijo Lucía antes de colgar.
Miró el reloj. Eran las ocho menos cuarto. Acababa de terminar su turno en la caja registradora y el Marquet estaba reluciente, impecable, a pesar de los ires y venires de toda la tarde. En el uniforme azul de cajero se sentía bien, como un hombre atrapado en una lata de sardinas a la que todos querían echar mano. Lucía quería puntualidad y la iba a tener. Estaba a una hora de ganarse un vestido de tres millones de pesos y una loción deliciosa. En la calle, uno de los taxis apostados en hilera fue suficiente para adelantar el camino y ahorrar tiempo hasta su casa. Pagó y se fue sin esperar el cambio. Encontró todo tal y como lo había dejado en la mañana, la copa en la mesa, la revista tirada en el suelo, los platos sucios, el condón respirando en un rincón de la escalera. Subió a la habitación e inició una transformación rigurosa, minuciosa, que la dejó tal y como había salido en la mañana de su casa, como la habían recibido en la compañía, y como, luego, al regresar, Pepe había sentido la necesidad de hacerle el amor ahí, en el sofá, hasta el límite mismo del dolor y del cansancio. Se miró en el espejo por última vez, no había duda, ya no era Román, era la hermosa Romina, pero al parecer había durado mas tiempo del que debía e iba a llegar tarde a la cita.
Las gatas golosas estaba justo enfrente del viejo café. Era una zona rosa donde se sucedían bares de la más variada índole a los que arribaban personas de distinta procedencia. Los turistas viejos llegaban allí a conocer mujeres o travestis para divertirse un rato, y los amantes del jazz, de la comida china, de los casinos, de los libros, también tenían su lugar en algún recoveco de la transitada avenida. Romina descendió del taxi sin pensar que lo estaba haciendo como una diosa. Lucía la observaba encantada desde la entrada de las gatas golosas, contemplando la otra versión del amor de su vida.
-Tarde como siempre Romina- inició Lucía con un beso.
-Es cierto. Pero la verdad no creo que venga – respondió Romina.
-Me ganaste.
-¿cómo?
-Sí, ya vino y ya se fue. Se cansó de esperarte, nena. Pero al parecer dejó algo para ti en la mesa.
-No, no puede ser. Maldita sea no pude llegar mas temprano, Lucía.
-No te preocupes. Yo solo quería que el tipo viniera y saliera contigo. Lo demás corría por tu cuenta. Pero mira que lo estuve observando todo el tiempo desde el palco y es verdad, dejó algo en la mesa, creo que es un libro, algo que estaba leyendo mientras te esperaba. Estaba sentado cerca de la barra. Deberías ir por el.
Román cruzó la calle maldiciéndose por no llegar nunca a la hora indicada a ningún lugar. Con esa idea y luego de sortear las mesas de la terraza, empujó la puerta del viejo café lanzándosela en la cara a una mujer mas bien pequeña que intentaba el camino de salida. La miró con desprecio y se dirigió directamente a la mesa donde todavía estaba el vaso vacío y un libro de pastas amarillas. Sin decirle nada a nadie lo tomó y salió disparada del viejo café y lo que vio al otro lado de la calle le cambio la vida para siempre. De pie junto a Lucía, en la entrada de las gatas golosas, se encontraba Pepe, su hermano, su amante, esperándola con el corazón ardiendo.
-¿Qué estas haciendo acá? ¿Qué esta haciendo él acá Lucía? ¡Explícame!
-No explícame, tú, maldita zorra, porque te pones citas con hombres a mis espaldas – le gritó Pepe antes de darle un empujón que lo lanzó sobre la parte delantera de un carro. Luego lo tomó del brazo y lo sacudió con todas sus fuerzas. – no voy a hacerte lo que tengo que hacerte en esta puta calle, te espero en el auto – agregó, y se alejó caminando despacio hacia el lugar donde tenía aparcado el Volkswagen negro.
-Te odio, puta traicionera – le dijo Román a Lucía mirándola a los ojos, y se fue trastabillando por el dolor en la espalda hacia el auto de Pepe, aferrada todavía al libro de pastas amarillas.
No quiso sentarse junto a él por miedo a que la golpeara y decidió ingresar por la parte trasera. Una vez adentro trató de acomodarse el cabello con las manos pero Pepe se dio vuelta y le dio un puñetazo certero en medio de la cara que le reventó la nariz por completo. Sin perder el conocimiento, y escuchando como en un sueño los insultos que Pepe hilvanaba a grito limpio adentro del carro, Román trato de darse vuelta para evitar otro golpe en la cara, y pudo reconocer a través del vidrio al hombre de la compañía con el que iba a encontrarse y que avanzaba corriendo hacia el Volkswagen en movimiento. Sabía que se acercaba por él, que estaba ahí de nuevo por él, entonces sintió un halo de felicidad que se apagó cuando Pepe lo tomó del cabello y lo lanzó hacia atrás con todas sus fuerzas. Román arrancó una hoja del libro y haciendo un esfuerzo titánico logró que dos dedos suyos salieran con ella por un resquicio de la ventana y la soltó como un ave que lleva un mensaje de paz, un reconocimiento de amnistía por no haber llegado a tiempo. Pepe dio vuelta en la esquina y le lanzó otro puñetazo en la cabeza que lo dejó completamente inconsciente.
Primero fue el túnel. Había una luz incandescente al final que no alcanzaba a destruir toda la oscuridad. El túnel era largo, húmedo. Había como una sensación de tranquilidad, de abandono. Era una sensación de levedad que se manifestaba en el hecho de que no había que caminar para avanzar sino algo que se parecía mucho a nadar en el aire. Solo dejarse llevar por movimientos leves que lo llevaban hacia la luz muy lentamente. Entonces de repente fue como si una espada se le hubiese clavado en la espalda. Después la cara, un dolor intenso en el pómulo derecho. Sintió la humedad en el orto y abrió los ojos despacio. Era de día. Podían ser las tres o cuatro de la tarde, no sabía bien. Trató de recordar algo pero solo tenía las imágenes de los últimos forcejeos con el arma al interior del Volkswagen negro. Estaba atado de pies y manos bocabajo, con las piernas abiertas. Si hubiera podido verse desde arriba la imagen lo hubiera aterrado. Tenía la espalda arañada y llena de moretones, y la sabana, justo donde terminaba la espalda, estaba manchada de sangre. Pensó que era la primera y última vez que le pasaba algo tan deprimente. Un par de lágrimas brotaron de sus ojos azules.
Escuchó unos pasos en la planta baja de la casa. Entendió que Pepe quería darle una lección que no iba a olvidar nunca. Entraría, se quitaría la ropa, se halaría el miembro frente a el sin decir palabra, y lo penetraría con violencia hasta llegar por dentro, para después dejarlo tirado ahí de nuevo, solo, con el dolor recorriéndole las venas. Los pasos ahora estaban en la escalera, sigilosos, lentos, como si Pepe estuviera de pronto borracho o quizá drogado.
-¿Hay alguien en la casa? – preguntó un hombre que no era Pepe.
-Si – respondió Román casi sin voz.
El desconocido visitante se acercó a la habitación al mismo ritmo misterioso con el que había recorrido casi toda la casa. Empujó la puerta con la mano.
-Disculpe mujer, busco al hermano de Pepe. A usted… ¿Quién le hizo esto? ¿Por qué esta atada de esa manera? ¿Usted quien es? - preguntó el hombre.
-Yo soy el hermano de Pepe. Esto me lo hizo Pepe. Y ¿usted quien carajos es? ¿Por qué entra así a mi casa? ¿De donde conoce a mi marido?
-¿Su marido? Ah, ya entiendo. Ese Pepe si tenía sus guardados bien guardados ¿no? – Dijo el hombre mientras observaba cada espacio en el cuerpo de Román, como si aquellos moretones fuesen capas de chocolate listas para ser devoradas por alguien – Yo soy Esteban, trabajé con tu hermano hasta hoy, porque el hombre esta muerto, y me pareció lo mas lógico venir a darle la cara a la única persona que sé que este hijo de puta tenía en vida.
-¿Esta muerto? ¿Cómo? ¿Por qué? – preguntó Román desesperado, moviéndose tanto como lo dejaban las cuerdas.
-Murió en su ley. Tu hermano era un asesino y un traicionero. Pero no te preocupes - dijo Esteban mientras se sentaba en la cama, junto al rostro de Román, que despejó del cabello rubio para apreciarlo mejor – si Pepe te hizo esto no merece que estés sufriendo su muerte.
-¡Asesino! ¡Usted es el asesino de mi hermano! ¡Lárguese de mi casa de una buena vez!
Esteban pensó que ese hombre era una de las mujeres mas bellas que había visto nunca. Las nalgas eran más grandes que las de Ricarda, y los senos más voluptuosos. Además era tan alto como él, que ya era mucho decir. Estaba francamente excitado, y lo último que faltaba por hacer era chingarse a la mujer de Pepe.
-Eso no se va a poder reinita - le dijo Esteban a Román mientras le acariciaba las nalgas y empezaba a desabrocharse los pantalones – me temo que vamos a pasar un rato muy agradable mientras nos conocemos mejor, ¿no te parece?
Sí, era de día, pero Román se había equivocado. El reloj de pulso en la mano de Esteban marcaba la una y treinta de la tarde.








V
Los trances de erosión naranjada entre las casas trepadas que parecían tenerse con las uñas de la tierra eran como gritos de protesta de la montaña que una vez había estado poblada de arboles. Escaleras abajo, los niños que corrían descalzos hacia la cancha se daban empujones y su risa llegaba nítida a los oídos de Ricarda, que terminó de colgar la camisa en el tendedero y siguió con los ojos la procesión de pequeñas felicidades y de pobrezas.
-Si con solo la vida fuera suficiente – se dijo en voz alta – aquí no hay lugar para la esperanza.
Una mariposa de alas doradas bajó del cielo blanco escamoteando los azares de las cuerdas donde estaba todo lo que acababa de lavar. A Ricarda solían emocionarle ciertas cosas sublimes que podían parecer intrascendentes pero que para ella eran verdaderos acontecimientos producto de una apoteosis mística que poco o nada se atrevía a comprender. Le bastaba con observar como cada vez que pensaba en la muerte, una dulce mariposa la arrebataba de ese pensamiento con su mágico baile de alas. Luego se posaba en algún lugar muy cerca de ella y se quedaba ahí, inmóvil, petrificada, como muerta. La mariposa fallecía delante de sus ojos y la idea de la muerte que se llevaba con ella era ahora la belleza fugaz y geométrica de una mariposa que parecía estar viva. La tomó con mucho cuidado de las alas, la observó con la nostalgia que produce vivir un instante de lucidez, y la llevó al cofre de las mariposas, que guardaba celosamente en la entrada derecha del closet.
Al entrar en la habitación, Esteban estaba también como muerto desparramado sobre la cama. Después de que llegó con tufo de vodka y olor a marihuana y se introdujo en la sabana como si ella nunca hubiera estado ahí, era la primera vez que lo miraba con detenimiento. Tenía frescos los recuerdos de la noche en la que había disfrutado de todas sus verdades. No estaba dormida cuando llegó, lo estaba esperando, pero Esteban empezó a roncar antes de darse cuenta. Con una patadita apartó las botas negras que él usaba siempre, y pensó que era hora de quitarle el pantalón porque iba a dormir todo el día. Precisamente hoy, se dijo, que tengo jamón, huevos y naranjas para que desayunemos como toca.
No las había contado pero había quinientas treinta y seis mariposas en el cofre sin espacio ya para una mas. Se preguntó en cuanto tiempo le había rondado tantas veces la espinita por los soterrados rincones de su cabecita extraviada, y si cada mariposa había sido suficiente motivo para aferrarse a la vida. Esteban también era un motivo, aunque ella tenía muy claro que se podía ir en cualquier momento. Entre la fragilidad de su vínculo y la manifestación cósmica que la eternidad depositaba solamente en ella siempre optó por la segunda razón para sortear las complicaciones de andar entre lobos con el alma limpia y el corazón sin culpas. Mientras le retiraba el pantalón pudo medir con la mirada la distancia que separaba el amor que ella sentía por él del suyo. Lo volvió a cubrir con la sábana y sacudió el pantalón con tanta fuerza que el libro de pastas amarillas salió disparado contra el suelo hasta dar con el televisor que terminó encendido por el golpe. La única opción en el menú de canales era la televisión local donde estaban anunciando la muerte de un hombre. Ricarda no le dio importancia a la noticia porque había visto ese libro antes en otra parte. De donde había salido ese libro con los mismos rasgos del libro que había olvidado el artista en el viejo café era algo imposible de averiguar con Esteban abandonado al sueño implacable de las diez de la mañana.
El libro había salido de un estante de biblioteca del barrio Altagracia en el centro de la ciudad. El lugar en el estante donde había reposado desde que Alicia se lo obsequió sin motivo aparente estaba aun vacío. Mas allá de las cosas que se habían dicho dos noches atrás o de las sospechas infundadas de otra vida oculta, Alicia podía mantener la cordura suficiente para seguir actuando ante sus hijos y ante todo el que se acercara la pantomima de una familia feliz que cada día se venía abajo, de a poco, como un castillo de arena. Él sabía que hacía mucho tiempo había sido infectado por el demonio de la locura y que su único camino era esperar que algo se detonara, el odio, el hastío, o tal vez la muerte. A pesar de todo los niños eran hermosos. Les guiño el ojo luego de abandonar el periódico sobre la mesa y tomar el último trago de café. Se retiró en silencio y buscó refugio a su desazón en el televisor del estudio donde, al encenderlo, las noticias anunciaban la muerte de un hombre.
-Yo se quien es ese tipo – Se dijo el empleado del servicio postal cuando escuchó la noticia. El había tenido ocasión de recibir una carta que el respetado anciano llevó a su oficina junto con otros objetos. Se puso los lentes para ver de lejos, que estaban justo a un lado de las hojas blancas en las que dibujaba unas caricaturas sobre una antigua mesa que había heredado de algún pariente lejano
– Es él – confirmó, y no pudo resistir la tentación de ir a la oficina del servicio postal con el único objetivo de hacer algo que en los treinta años que llevaba sirviendo en esa dependencia no se había atrevido a hacer nunca. Entrar en la intimidad de un remitente era un delito que le podía costar muy caro. Se acomodó la gabardina negra frente al espejo, el kepis de su abuelo que usaba todos los domingos, un portafolios donde estaban documentos urgentes, las caricaturas que había dibujado los últimos meses y una caja repleta de fluoxetinas, y se fue directamente a la oficina del servicio postal.
Lo esperaba la soledad del parque de las estatuas y un viejo mendigo que iba de tienda en tienda pidiendo ayuda para comprar una droga. Le dio el primer billete roto que encontró en el bolsillo. Al interior de la oficina un olor a papel antiguo recibió su caminar tranquilo hacia la estancia donde estaban archivadas las misivas que saldrían a primera hora del día siguiente. Buscó entre los sobres de manila hasta hallar el nombre del anciano que había muerto. El sobre estaba dirigido a un individuo que respondía al nombre de Francisco Reyes. Y lo que encontró adentro le pareció sencillamente inquietante. Se trataba de una tira de papel en la que había una frase escrita entre comillas con una caligrafía de delicados trazos curvos en letra cursiva que permitía pensar que había escrito esas breves palabras con cierto empeño delirante: el hombre que me mató debe estar muerto.
Buen día. Razones familiares impidieron que los medios de comunicación divulgaran la noticia que hoy estamos confirmando. El acaudalado empresario Rodrigo Meneses fue asesinado mientras tomaba un café en la terraza del edificio El Marquéz antes del medio día de ayer. Fue ultimado de un tiro en la cabeza. En los confusos hechos se sabe que hubo un tiroteo que se provocó desde las torres aledañas al edificio el Marquéz, donde al parecer murió el francotirador que hubiera disparado en contra del empresario. Fuentes cercanas al círculo familiar descartan la posibilidad de un ajuste de cuentas, ya que Rodrigo Meneses se caracterizó por ser un hombre amable de amplias condiciones filantrópicas. Lamentamos el hecho que enluta hoy a la ciudad.
Apagó el televisor del estudio tratando de no entrar en pánico. La responsabilidad de contarle a la cortés Alicia, en el saco de lana que le gustaba usar sobre el pijama verde, tal vez con un aire cálido, feliz, en el fondo del pecho, que el dueño de la competencia de la empresa para la que había trabajado muchos años de su vida estaba muerto, evitó que extrañara un poquito el libro de pastas amarillas en el anaquel. Alicia mataron a Meneses. Alicia vi en las noticias que, pero es imposible que esto este pasando. Alicia tenemos un hermoso entierro cerca. Tú sabes que estas cosas no me alegran Alicia, menos cuando se trata de personas conocidas. O simplemente Alicia se levantaría de la silla y le diría me importa un pito que tu familia se derrumbe con la facilidad con la que yo he empezado a odiarte. Entonces se sentó en la mesa de escribir que dominaba el centro del estudio a sellar los libros que había comprado la mañana de la muerte de Meneses sin pensar en otra cosa que en esa inesperada circunstancia. Una constelación de mariposas atravesó de extremo a extremo el extenso ventanal que tenía enfrente. Ninguna se detuvo para decirle que pronto sabría los detalles de cómo el día de la cita en el viejo café hubiera podido ser el ultimo día de su vida. Respondió antes que Alicia el teléfono que había empezado a dar timbrazos. Alguien los iba a enterar de lo que ya sabían.
- Buenos días – dijo mientras le ponía el sello a uno de los libros.
-Tengo el libro de pastas amarillas que olvidaste en el viejo café – respondió Ricarda tan excitada como el día en que Esteban le había hecho el amor por ultima vez.

domingo, 1 de febrero de 2009

ENSAYOS

APROXIMACIÓN A LA VIDA COTIDIANA EN CRONICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA


Por: Jorge Andrés Monroy Quintero


1. CRONICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA. ENTRE HISTORIA Y LITERATURA.

Es tan actual como complejo el problema que plantea la investigación histórica en el terreno de la literatura, y los encuentros - desencuentros entre los discursos de la literatura y la Historia.

Las primeras historias escritas en la antigüedad eran verdaderas obras literarias. En la edad media los cantares y epopeyas contaban las obras de los grandes héroes de la humanidad y eran a la vez discursos apreciables desde el punto de vista estético como historiográfico. Sin embargo, poco a poco, se fue intensificando un proceso de desvinculación tardía entre historia y literatura, a finales del siglo XVIII y, sobre todo, durante el XIX, con el objeto de darle a la Historia status científico. Se consideraba que la historia debía no solo dar cuenta de los hechos históricos sino dotarlos de una explicación producto de la aplicación de un método específico. Cada vez más se ampliaba entonces la brecha entre Historia y literatura, entre explicación y creación, en último sentido, entre ciencia y arte.

Durante todo el siglo XX se desarrolló la historiografía bajo este principio indebatible de que la explicación era algo opuesto a la narración, y se entendió también como distinta la noción de realidad que se le daba a los hechos explicados por el discurso histórico y la noción de irrealidad aplicada a las acciones de la ficción literaria. Sin embargo, investigaciones recientes en el terreno de la filosofía de la historia (Paul Ricoeur), la lingüística y el método histórico (Hyden White), la teoría de la comunicación y la hermenéutica (Habermas), han iluminado nuevos horizontes analíticos entorno a este viejo debate que parecía estar superado hace un siglo.

Se plantea en términos generales una crisis de la Historia de acuerdo a su concepción tradicional y se discute la idea según la cual la disimetría entre la “realidad” del pasado y la “irrealidad” de la ficción es total.

La tesis dominante de tiempo y narrativa de Paul Ricoeur, uno de los pilares teóricos de esta tendencia, es que “la temporalidad es la estructura de la existencia que alcanza el lenguaje en la narratividad, y que la narratividad es la estructura del lenguaje que tiene a la temporalidad como su referente último”[1]. Lo que se esta planteando entonces es la naturaleza narrativa del propio tiempo, esto es, de los acontecimientos históricos. No se trata de que el historiador dote de estructura narrativa a los acontecimientos sino que éstos mismos poseen dicha estructura lo cual de entrada justifica que el historiador considere al relato como una representación válida de estos acontecimientos[2].

Ricoeur no plantea la relación entre Historia y Literatura en términos excluyentes, todo lo contrario, afirma que tanto uno como otro pertenecen a la categoría de “discursos simbólicos”[3]. Aun cuando la diferencia inmediata entre historia y literatura este dada por su referente inmediato, esto es, los acontecimientos reales y los acontecimientos imaginarios respectivamente, ambos comparten un referente ultimo, al que llegan por caminos y bajo dialécticas distintas, que son las estructuras de temporalidad[4].

En la crítica al concepto de realidad aplicado a la materia de trabajo del historiador, Ricoeur afirma que la función de la reconstrucción histórica es, sobre todo, la de representancía (volver a presentar a manera de imagen lo que ya no es observable) la de lugartenencia (generar una sensación espacio temporal de observación del acontecimiento ya sido) y la de saldar una suerte de deuda que tiene el hombre del presente con el hombre del pasado[5].

De igual modo critica la noción de irrealidad aplicada a la materia de trabajo del literato. Para este caso, las funciones de representancia y lugartenencia encuentran su contrapartida en la funciones de revelación (sacar a la luz los rasgos ocultos pero ya inscritos en el meollo de nuestra experiencia práctica) y de transformación (el examen de la vida hecho por la literatura la cambia, la vuelve otra) de la literatura. De acuerdo con estas funciones, dice Ricoeur, se comprueba que “descubrir e inventar son indiscernibles”[6].

El camino hermenéutico cuyo punto de partida son las críticas anteriores y sus nociones respectivas pasa por la noción de aplicación tomada de Habermas y usada también por Ricoeur como apropiación. En principio, se admite que la obra literaria tiene una capacidad de apertura y una necesidad de trascendencia propias. Sin embargo es mediante una vinculación entre el mundo del texto y el mundo del lector que esta apertura se completa. De acuerdo con la terminología de Ricoeur es en este encuentro en el que la configuración del texto se trasciende en refiguración. La pregunta entonces es ¿cuál es el vehículo, el mecanismo, el puente, entre el mundo del texto y el mundo del lector, para que se haga hermeneuticamente posible la aplicación o apropiación del texto, esto es, la trascendencia de configuración en refiguración? La respuesta es: la lectura. El fenómeno de la lectura es el que hace posible la vinculación entre el mundo configurado del texto y el mundo refigurado del lector[7].

Por medio de la dialéctica propia de la lectura se establece el puente comunicativo entre el autor, el texto y el lector, tres mundos distintos y específicos cuyo encuentro produce la llamada mimesis III en la que Ricoeur encuentra que la literatura da cuenta, en cuanto discurso simbólico, de las estructuras de temporalidad.

1.2 ALGUNOS APUNTES SOBRE RETORICA DE LA FICCION Y ESTETICA DE LA LECTURA EN CRONICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA.

Los estudios mas recientes de crítica literaria han desplazado el estudio de una psicología del autor por el estudio de las estructuras semánticas del texto. Hablar entonces del autor en un análisis critico de una obra literaria, de acuerdo con Ricoeur, no es regresar a antiguas líneas temáticas de la critica literaria, sino que se trata es de quitar el paréntesis que los análisis estructurales ponen a la estrategia de persuasión del autor como objeto de estudio.

Las estrategias de persuasión están relacionadas con las técnicas que usa el autor para que una obra sea comunicable, y en este sentido, pertenecen a una retórica de la ficción. El autor, en la medida que usa estrategias de persuasión, se hace cada vez más distante y su presencia se advierte a la manera de un asomo que Ricoeur aborda bajo la categoría de autor implicado[8].

En crónica de una muerte anunciada, Gabriel García Márquez se configura en autor implicado en la medida que usa una voz narrativa distinta a la suya propia, es decir, escoge como narrador a un personaje que cuenta la historia en primera persona. Nada mejor que contar la manera como se comete un crimen en un pueblo de la costa norte colombiana que por medio de un testigo, más aun si dicho testigo, de acuerdo con las visicitudes del texto, tiene vinculaciones estrechas con los protagonistas de la acción (amigo de la víctima y hermano de la prometida de la víctima). De igual manera es importante la sugerencia permanente en el texto del hecho de que el narrador-personaje realiza una pesquisa a la manera del cronista (técnica bien conocida por García Márquez ya que fue la crónica la que le sirvió no solo para vivir en tiempos del espectador antes de Rojas Pinilla, sino para afinar la pluma y la técnica del realismo mágico), por medio de charlas personales con las personas implicadas en el crimen por honor de Santiago Nasar a manos de los gemelos Vicario, y de la documentación judicial que se levantó con motivo del acto criminal. Por último, habría que agregar como un elemento estructural importante de persuasión, ya no para la verosimilitud de la lectura y su efecto practico de refiguración, sino para la seducción literaria, el recurso maravilloso del Nóbel de iniciar la novela contando el meollo de la acción (“el día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo.”) Como él mismo admitiría en una entrevista posterior, el lector con esta frase queda atrapado en la red del autor porque sabe el qué de la acción (que al protagonista lo van a matar), y tiene entonces que leer toda la novela para saber el Cómo (la manera como sucede el asesinato).

Se entrecruzan dos nociones sugeridas por Ricoeur, la de autor implicado y la de narrador digno de confianza. En efecto, la estrategia de persuasión de García Márquez reducida a estos tres elementos, resulta de una efectividad abrumadora. El lector se deja persuadir de que, efectivamente, la persona que le cuenta la historia del crimen es alguien que tiene testimonios y cercanías directas, de primera mano, sobre la manera como ocurrieron lo hechos. Estamos entonces frente a lo que Ricoeur denomina narrador digno de confianza, el cual, en este caso, es el portador de la voz narrativa mediante la cual se configura también el autor implicado, como estrategia de persuasión retórica.

Ahora bien, en el terreno de la estética de la lectura, encontramos que se fija la atención en los lugares de indeterminación de la obra y la concreción imaginadora del lector, cuya relación permite comprender la respuesta y el efecto individual de la obra mientras se cruza el puente tendido por la lectura entre el mundo del texto y el mundo del lector.

Ricoeur afirma que toda obra literaria, por más articulados que estén los puntos de vista esquemáticos, presenta lagunas o lugares de indeterminación que deben articularse en la concreción imaginadora del lector[9]. Esta afirmación es particularmente cierta en el caso de obras como el Ulyses de Joyce[10] o Rayuela de Cortázar, en los que la estrategia de persuasión es precisamente la desilusión causada por la estructura de indeterminación permanente. En estos casos la obra, en el proceso de lectura, obliga al lector a asumir una actitud distinta frente al acto propio de leer, algo que Cortázar denominaría el lector macho, activo, que se enfrenta a la obra lleno de expectativas. Para Ricoeur son precisamente esos horizontes de espera los que entran a dialogar con la estrategia de persuasión del autor en el proceso de refiguración.

García Márquez, en crónica de una muerte anunciada, no plantea desafíos de mayor dificultad al lector, permitiéndole de este modo entrar en las aguas mansas de la trama de una manera mas bien ingenua. En este sentido, el viaje del lector a medida que la lectura avanza es un viaje corto y sin obstáculos, un viaje en el que las sorpresas no delatan simbologías ocultas, donde las cartas están puestas desde el principio sobre la mesa y el lector siente tanta claridad imaginativa que jamás se pregunta la tremenda dificultad en la que se debió ver el autor al haber escogido esa estrategia de persuasión, ya que después de la primera línea y durante todo el trayecto del viaje literario, debe mantener en vilo eso que no se debe contar sino hasta cierto momento, eso que debe ser abordado desde los pliegues mas armónicos y estéticos de la trama.

Tiene en este sentido el autor ciertas ventajas que, a su vez, disminuyen el grado de dificultad de la lectura. En primer lugar el hecho de que la acción cronológica se desarrolle en dos días, y la acción específica se desarrolle en prácticamente dos horas. Esta circunstancia evita que la obra esté dotada de una estructura temporal complicada, y que el lector se extravíe de pronto en el transcurso de la lectura. En segundo lugar se puede decir que los lugares de indeterminación son prácticamente inexistentes. En el caso de la lectura realizada por quien escribe, surgió solamente una pregunta que se vino a resolver al final de libro y era ¿porqué Santiago Nasar nunca sospechó que lo iban a matar si había sido él el autor del desfloramiento de Ángela Vicaro, la esposa devuelta por tal motivo? Por supuesto este lugar de indeterminación no podía quedar sin resolver por García Márquez porque hubiese desvirtuado enseguida la verosimilitud de todo el relato, y en los capítulos finales se hace referencia entonces a las sospechas de que Santiago Nasar no hubiese sido el autor del hecho, sospechas siempre desmentidas por Ángela Vicario hasta estar bien entrada en años. Queda el manto de la duda y la posibilidad de que el lector asuma con estas evidencias el camino de una verdad inconclusa que se sitúa en el centro mismo del argumento de la obra.

2. VIDA COTIDIANA EN CRONICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA.

Siguiendo la propuesta de Ricoeur retomada por Hyden White de que tanto la Historia como la Literatura hacen parte ambos de la categoría de discursos simbólicos cuyas diferencias se centran en su referente inmediato (los acontecimientos reales y los ficticios) y cuya cercanía esta dada por el referente ultimo del que dan cuenta, es decir, las estructuras de temporalidad, vamos a situarnos en este punto de partida para hacer una lectura crítica de los elementos de la vida cotidiana que están contenidos en la novela crónica de una muerta anunciada.

No se pretende hacer una lectura directa de la obra literaria como si se tratara, en efecto, de una crónica referida a hechos reales. De hecho, se parte del principio de que la acción que se desarrolla en la novela no hace parte de lo que conocemos como pasado real. Sin embargo, si situamos nuestra atención en la noción de mundo del autor, tal y como ya se hizo con el mundo del texto y el mundo del lector se presenta ante nosotros el primer elemento legitimador de la lectura crítica que se quiere realizar.

García Márquez nació en un pueblo de la costa norte colombiana. Fue educado dentro de la cultura costeña y según el mismo reconoce, su facilidad de verbo como las historias que cuenta son producto de aquellos años de infancia y juventud en los que aprendió el arte de la oralidad o la transmisión de relatos de generación en generación. Podemos afirmar con seguridad que la materia de la que se nutre su literatura es precisamente la vida social y cultural de los pueblos de la costa caribe colombiana, con los trazos evidentemente amplificadores de un conocimiento profundo de nuestra historia política y de nuestros problemas estructurales como nación.

García Márquez no es el tipo de narrador de ficciones absolutamente imaginarias, oníricas, simbólicas o fantásticas. A la manera de William Faulkner, que contó la realidad de los pueblos del sur de los Estados Unidos, o de Ernst Hemingway, que es uno de los mejores narradores del mar y de la vida que transcurre en ese contexto, García Márquez es, ante todo, un tejedor de las historias propias de nuestra cultura relatadas con un toque de simbolismo, humor y fantasía que lo sitúan justamente en el terreno del realismo mágico.

El argumento de crónica de una muerte anunciada es bastante sencillo. Un día del mes de febrero de un año que debe situarse en los primeros del siglo XX, en un pueblo de la costa norte colombiana, una mujer joven, en edad casadera, llamada Ángela Vicario, contrae nupcias con Bayardo San Román, hijo de un militar de alto rango y de una mulata de curazao, que había llegado al pueblo buscando esposa. La fiesta tuvo a todas las personas, pudientes y pobres, reunidas durante dos días en la que fue la mejor y más grande fiesta de bodas en la historia del pueblo. La noche en que se iba a consumar el matrimonio el esposo comprobó que su mujer no era virgen, y ante la afrenta hecha a su honor, no pudo más que devolverla a la casa de sus padres justo la mañana siguiente de la fiesta de bodas. Esa mañana también llegaba el obispo en un buque a hacer una visita al pueblo de Dios y las gentes se reunieron en el puerto a esperarlo. También quiso hacerlo Santiago Nasar, de ascendencia árabe, miembro de una familia aristocrática local, famoso por su manía de desflorar vírgenes pobres y ser un hombre prematuramente dotado de gran fortuna. En los instantes en que se preparaba para salir a esperar al obispo, la novia devuelta ya había confesado que había sido él el autor de su desfloramiento, así que los hermanos de ésta, los gemelos Vicario, a esa hora de la mañana estaban buscando a Santiago Nasar para matarlo. Por medio del rumor que caracteriza la vida de pueblo, todas las personas se enteraron que los hermanos Vicario iban a matar a Santiago Nasar, menos él y su familia. Así que no pudo evitarse la tragedia y, en la mitad de la plaza, una hora después de levantarse con la resaca de la parranda de bodas para esperar al obispo, Santiago Nasar fue asesinado a cuchillo por los hermanos Vicario.

La novia y su familia se fueron del pueblo y no volvieron nunca más. Los hermanos Vicario purgaron la condena que les prescribió la ley por haber asesinado a un hombre. El acaudalado esposo abandonó la quinta que había comprado para vivir con Angela Vicario y también se marchó para siempre. La historia, de acuerdo con la ficción del relato, fue rescatada por el hermano de la mujer que se había comprometido con Santiago Nasar días antes de su muerte, quien se dedicó a reunir testimonios y a recoger información judicial para elaborar la historia que cuenta el relato.

Presentado el panorama de la acción que se desarrolla en la novela, vamos a situarnos ahora en los elementos de la vida cotidiana que se pueden extraer del relato. Si bien la construcción de los personajes es impecable, contamos con la fortuna de que García Márquez no es el tipo de autor que use como técnica dentro de su estrategia de persuasión, al menos en crónica de una muerte anunciada, la profundización psicológica y entronizante de los personajes que extraen, en otros casos, al lector de la acción que se desarrolla en un espacio y un tiempo determinados, para situarlo en el mundo de la psique del personaje. Esto no quiere decir que el texto deje de ser reflexivo, sino que el autor remite esta voluntad especulativa al terreno del lector, en la medida que trata de que el distanciamiento del autor sea tan sutil y profundo que parezca que la vida se cuente a si misma, simplemente suceda, y se desarrolle de la mano de un estilo que tiene la virtud de tomar de la mano la imaginación del lector sin que éste mire a los ojos al autor mismo, sino al mundo posible que le esta presentando.

Esta característica es importante porque quiere decir que el autor no escatima en descripciones, pormenores físicos, geográficos y espaciales, así como en acercamientos a las costumbres e idiosincrasia de conjunto, luego las referencias a aspectos de la vida cotidiana en la que se mueven los personajes y la acción son de alta recurrencia y utilidad para el tipo de lectura que se quiere hacer desde el enfoque histórico-literario en el presente trabajo.

En las siguientes líneas se van a abordar los elementos de la vida cotidiana presentes en la obra crónica de una muerte anunciada, desde tres puntos de vista: urbano, familiar y social.

2.1 VIDA URBANA. LA CASA Y EL PUEBLO

García Márquez no explicita nunca en que momento histórico exacto se desarrolla la obra. Sin embargo, hace referencias a circunstancias que bien pueden servir para situar aproximadamente el tiempo cronológico de la misma. Un dato importante a este respecto es el hecho de que Santiago Nasar conocía el cine[11] y que el pueblo de hecho contaba con un espacio acondicionado para este espectáculo audiovisual[12]. El otro tiene que ver con la referencia a los últimos años de las guerras civiles en Colombia, época en la que había arribado la primera generación de los Nasar a territorio nacional[13].

El cine en cuanto exploración visual nació a finales del siglo XIX con los experimentos a partir de fotogramas realizados por los hermanos lumiére en Francia, y la última guerra civil que se libró en Colombia fue la guerra de los mil días, cuyo término se sitúa en el año de 1902 con la firma del tratado de Wisconsin[14]. Santiago Nasar pertenecía a la segunda generación de una familia inmigrante árabe y bien se puede suponer entonces que a sus veintiún años, época en la que se desarrollan los acontecimientos de la ficción literaria, transcurría la tercera década del siglo XX.

Tampoco refiere el autor el nombre y la situación geográfica precisa del pueblo[15] en el que se desarrolla la novela. Algunos apuntes de la trama nos dan la imagen de que se trata de un pueblo cercano al río Magdalena en una época en que aún tenía importancia la navegación fluvial[16] como medio de transporte. Por otro lado, para resolver el asunto judicial del crimen de Santiago Nasar, se dice que hubo la necesidad de que viniera un juez desde Rioacha[17].

Baste con que sepamos que, espacialmente, se trataría de un pueblo con salida al río Magdalena y perteneciente a la jurisdicción costera de la administración de justicia, y que temporalmente, se situaría en la tercera década del siglo XX, para comenzar a reconocer los elementos de la vida cotidiana (navegación fluvial, economía pesquera, vegetación, clima e incidencia de éste en las pautas de vestido y costumbres en general, así como en la arquitectura, alimentación e idiosincrasia) de los que da cuenta la obra.

La vida urbana en este pueblo que nos presenta García Márquez esta relacionada con la estructura y distribución de los espacios públicos y privados en los que se desarrollarían las actividades cotidianas.

La casa era el lugar en donde la familia tenía su asiento permanente, pero como es de esperarse, no eran todas las casas iguales y esto dependía del nivel social o económico de la familia. El caso de los Nasar era el de una familia acaudalada. Su casa se construyó sobre una antigua bodega de dos plantas que ibrahim Nasar habría adquirido a su llegada como inmigrante al pueblo. La casa estaba construída “con paredes de tablones bastos y un techo de cinc de dos aguas, sobre el cual velaban los gallinazos por los desperdicios del puerto”[18].

La distribución de los espacios al interior de la casa de los Nasar fue decidida por el patriarca de la familia. En la primera planta se encontraba un gran salón “que servía para todo”[19], al fondo del cual había una caballeriza con capacidad para cuatro bestias, los cuartos del servicio y una gran cocina que García Márquez describe como una “cocina de hacienda, con ventanas hacia el puerto, por donde entraba a toda hora la pestilencia de las aguas”[20]. El salón estaba dominado por una escalera en espiral que daba a la segunda planta en la que había dos dormitorios con capacidad para cinco camarotes, y un balcón de madera “sobre los almendros de la plaza”[21]. La fachada conservaba la puerta principal junto a la cual se encontraban dos grandes ventanales de cuerpo entero. Al fondo de la casa había otra puerta, más alta que la de la entrada, para permitir el paso de los caballos, y más allá se encontraba en servicio un muelle. Por esta puerta se podía entrar a las pesebreras y la cocina[22].

Los materiales de la edificación connotaban la importancia social de la familia que la habitaba. La cercanía a dos puntos nodales de reunión social tales como el puerto sobre la vía fluvial de transporte por la parte anterior, y la plaza central por la parte posterior de la casa, dan cuenta del nivel y la importancia en la jerarquía social de la familia Nasar. Los espacios de la casa también nos remiten a la idea de que las personas de alcurnia usaban el caballo como medio de transporte urbano, y también a la adecuación de zonas para los animales (gallinas y caballos) al interior de la misma. De igual modo el servicio doméstico estaba ubicado en la cercanía de la cocina y de las caballerizas en las que transcurriría su labor cotidiana, mientras que en la segunda planta, alejados del ajetreo de la cocina, se encontraban los patrones y miembros de la familia, circunstancias que nos ponen frente a una distribución social y laboral del espacio privado al interior de la casa.

Sobre la distribución social del espacio público urbano a partir de la cercanía o lejanía de la plaza central da cuenta el hecho de que, a diferencia de la anterior, la casa del narrador, hermano de la mujer que se compromete con Santiago Nasar días antes de su muerte y miembro de una familia mas modesta, estaba ubicada “lejos de la plaza grande, en un bosque de mangos frente al río”[23], pero no cerca del puerto. También alejada de la plaza central y propia de una familia modesta, la casa de los Vicario era de una sola planta, con espacios destinados al mantenimiento de animales (gallinas y cerdos) y árboles frutales[24] que se encontraban en el patio, mientras que “el interior de la casa alcanzaba apenas para vivir”[25].

La vida urbana en el pueblo que se desarrolla la novela tiene ventajas de transporte fluvial, con un puerto ubicado en la piel del río Magdalena, y contaba con alumbrado público[26]. Es un indicador de desarrollo de la navegación fluvial la referencia de que “por aquella época, los legendarios buques de rueda alimentados con leña estaban a punto de acabarse, y los pocos que quedaban en servicio ya no tenían pianola ni camarotes para la luna de miel”[27]. La plaza central (donde ocurrió el asesinato) era el centro de reunión social más importante y alrededor de ella se ubicaban los poderes locales: iglesia y ayuntamiento. Se hace referencia también en una conversación entre los aristócratas locales a la necesidad histórica de transporte alternativo al fluvial mediante la construcción de un ferrocarril hacia el interior[28] del país, necesidad propia de finales del XIX en Colombia, que empezaría a subsanarse bajo la influencia de los ferrocarriles norteamericanos y mediante la compra de materiales norteamericanos para su construcción, con muy poca experiencia administrativa y fracasos constantes.

2.2 VIDA FAMILIAR. ROLES DE GÉNERO, HONOR Y MATRIMONIO

El segundo tópico de la vida cotidiana al que nos vamos a referir es la vida familiar. Sobre todo nos interesa abordar el tratamiento que hace el autor sobre el tema de la formación de roles de género al interior de la familia y el tema de la institución matrimonial relacionada con el honor.

Se pudo reconocer en la obra una división sexual de actividades laborales y cotidianas. Las mujeres jóvenes de la obra aprendían las labores propias del hogar tales como la cocina, el bordado y la formación de los hijos en los primeros años. Los hombres, por su parte, eran educados para el trabajo y mantenimiento de la familia. Santiago Nasar, por ejemplo, al enviudar su madre, tuvo que asumir el control de los negocios familiares a los 21 años, sin haber terminado sus estudios.

Describiendo la labor de los padres Vicario en la formación de sus hijos e hijas dice García Márquez que “las dos hijas mayores se habían casado muy tarde…los hermanos fueron criados para ser hombres, ellas habían sido educadas para casarse. Sabían bordar en bastidor, coser a máquina, tener encaje de bolillo, lavar y planchar, hacer flores artificiales y dulces de fantasía, y redactar esquelas de compromiso”[29].

El autor hace referencia a ciertos rasgos de personalidad y costumbres heredados por Santiago Nasar que definen en cierto modo la función y las características del hombre y de la mujer en la familia cuando afirma “de ella (o sea, de la madre) heredó el instinto. De su padre aprendió desde muy niño el dominio de las armas de fuego, el amor por los caballos y la maestranza de las aves de presa altas, pero de él aprendió también las buenas artes del valor y la prudencia”[30]. Se identifica en este punto valores femeninos y masculinos en el ámbito familiar: a la mujer con el instinto y al hombre con el valor, la defensa y la prudencia. Estos valores (instinto y defensa) involucran también una división espacial de las funciones masculinas y femeninas referidas las primeras al ámbito público (social) y las segundas al ámbito privado (familiar).

Algunos momentos de la obra permiten apreciar las tensiones entre la relación de género y la relación de clase. En el tratamiento de este tema se puede leer no solo una suerte de subordinación tradicional de la mujer al hombre, sino una subordinación de la mujer pobre al hombre rico mediada por una vinculación laboral de tipo doméstico y caracterizada sobre todo por una coerción sexual.

Esta circunstancia en la obra aparece como un patrón generacional de comportamiento cuando se cuenta que no solo la hija de la sirvienta estaba siendo víctima de los acosos de su amo y “se sabía destinada a la cama furtiva de Santiago Nasar” sino que su madre “había sido seducida por ibrahim Nasar en la plenitud de la adolescencia. La había amado en secreto varios años en los establos de la hacienda, y la llevó a servir en su casa cuando se le acabó el afecto”[31].

La institución matrimonial era un lugar común al que toda persona decente apegada a las buenas costumbres debía llegar tarde o temprano. En el seno de la familia se inculcaban, como se ha dicho ya, los valores considerados esenciales para que el matrimonio tuviese un futuro promisorio. Las circunstancias en que el autor relata la vida matrimonial de los personajes femeninos revelan una clara sumisión al esposo y a las labores hogareñas. Sobre la formación de las hijas vicario para el matrimonio se encuentra en un párrafo esta frase lapidaria: “cualquier hombre será feliz con ellas porque han sido criadas para sufrir”[32]. En otras palabras, el autor revela que el matrimonio exitoso es aquel en que el sufrimiento de la mujer es directamente proporcional a la felicidad del marido.

El argumento de la obra gira entorno al asunto de la institución matrimonial, sus condiciones e importancia. El matrimonio entre Ángela Vicario y Bayardo San Román había sido concertado por la familia, concertación en la que había predominado la opinión de los hombres[33]. Se evidencia entonces la inexistencia de la libertad de decisión de la mujer para elegir el hombre con el que iba a compartir el resto de su vida, en la medida que las motivaciones del matrimonio se relacionaban con el establecimiento de una sociedad económica de importancia, y la mujer en este contexto no era mas que un instrumento para tal fin, quedando su opinión al respecto sujeta a los intereses familiares.

Llama la atención también, y este parece ser el punto central de la vida cotidiana en el argumento, el hecho de que se identifica en el ambiente temporal de la obra la virginidad conservada para el matrimonio con “la honra”[34] y “el honor”[35]. Este honor sin embargo, no era solamente el honor de la mujer, sino también de su familia y del esposo. El honor era considerado entonces casi como una propiedad o un tesoro moral de todas las personas cercanas a la mujer involucrada en el proceso matrimonial. Era tal la importancia del honor así entendido, que justificaba conductas criminales como una manera de ejercer la justicia. En otras palabras, valores culturales y morales legitimaba una manera de ejercer la justicia distinta de la justicia civil.

En términos generales podríamos decir que entran en contradicción entonces las nociones tradicionales del vasallo con la noción moderna de la ciudadanía, sin embargo, es este un punto en el que se suscita la reflexión entorno al problema de si realmente, esto es, históricamente, los procesos de la civilización y la resolución no violenta de los conflictos interpersonales era un principio del comportamiento en países en los que la modernidad no es un producto del desarrollo y la maduración locales sino de la imposición o de la adaptación.

En efecto, la obra nos muestra un crimen por honor que aparece en la ficción precisamente por ser una conducta recurrente en la vida cotidiana de, en este caso, los pueblos del norte de Colombia. Pero no es solamente una conducta propia de esta zona o esta región, sino de culturas patriarcales en las que se han entendido los roles de género de la manera como se ha mostrado estéticamente en la obra de García Márquez. No en vano relata el Nóbel que, en el proceso seguido contra los hermanos Vicario, “el abogado sustentó la tesis del homicidio en legítima defensa del honor, que fue admitida por el tribunal de conciencia, y los gemelos declararon al final del juicio que hubieran vuelto a hacerlo mil veces por los mismos motivos”[36].

2.3 VIDA SOCIAL. EL VESTIDO.

Bajo la perspectiva social de la vida cotidiana nos interesa observar en la obra el tema del vestido. El acto de vestirse responde a una necesidades hoy considerada básicas en el individuo. En el caso de la obra de García Márquez que nos ocupa se evidencia claramente que vestirse tenía una importante significación social de acuerdo con la actividad para la que el individuo lo hiciera. No era lo mismo vestirse para dormir que vestirse para una fiesta o para una celebración religiosa, y no era lo mismo que un hombre se vistiera a que lo hiciera una mujer, un anciano o un niño. En la vestimenta de las personas se pueden leer en ocasiones simbologías ocultas en el color o las formas, simbologías que responden o respondían a determinadas creencias o patrones sociales.

En crónica de una muerte anunciada el acto de vestirse está asociado directamente con actividades sociales específicas: las fiestas. Encontramos varios tipos de fiestas o actividades de esparcimiento que involucraban a toda la comunidad en el pueblo: la celebración litúrgica, la fiesta de bodas, la visita del obispo, las fiestas patrias, las verbenas y el cine.

El protagonista de la obra, Santiago Nasar, la mañana en que iba a acontecer la visita del alto prelado al pueblo, “se puso un pantalón y una camisa de lino blanco, ambas piezas sin almidón, iguales a las que se había puesto el día anterior para la boda”[37]. Se trataba de una vestimenta especial: el material de la camisa no era de uso cotidiano y el color podía estar asociado a una simbología de limpieza o pureza espiritual, precisamente los valores que se buscaba reivindicar con la visita de un representante de Dios a un “pueblo olvidado”[38]. Ya lo aclararía su madre en entrevista con el personaje narrador de la obra, “era un vestido de ocasión. De no haber sido por la llegada del obispo, se habría puesto el vestido caqui y las botas de montar con que se iba los lunes a El divino rostro, la hacienda de ganado que heredó de su padre”[39], y que eran las prendas de verdadero uso cotidiano para labores propias de un capataz: botas para montar a caballo y caminar parajes agrestes sin mayores contratiempos, y vestido del color de la naturaleza.

Si Santiago Nasar, que era un hombre de alcurnia, se había vestido de camisa y pantalón para la noche de bodas, los hermanos Vicario, de extracción mas humilde, lo habían hecho de paño oscuro, atuendos descritos por el autor como “demasiado gruesos y formales para el caribe”[40].

El ataviaje cotidiano de un hombre adinerado implicaba muchas arandelas de las que carecía el diario ajuar de un hombre del común. Por ejemplo, Bayardo San Román, el acaudalado hombre que había devuelto a la esposa, “había venido por primera vez…seis meses antes de la boda… (y) llegó en el buque semanal con unas alforjas guarnecidas de plata que hacían juego con las hebillas de la correa y las argollas de los botines”[41]. Esta era su manera cotidiana de vestirse, mientras que para el día de la boda, se vistió de esposo con “levita y chistera”[42].

De igual modo, su padre, el benemérito coronel Petronio San Román, cuando llegó al pueblo con motivo de la boda de su hijo, “llevaba un traje de lienzo color de trigo, botines de cordobán con los cordones cruzados, y unos espejuelos de oro prendidos con pinzas en la cruz de la nariz y sostenidos con una leontina en el ojal del chaleco”[43].

El abanico de la moda de élite de la familia San Román termina con el atuendo de las hermanas del novio el día de la boda, “cuyos vestidos de terciopelo con grandes alas de mariposa prendidas con pinzas de oro en la espalda, llamaron mas la atención que el penacho de plumas y la coraza de medallas de guerra de su padre”[44].

Años después del incidente de la boda y del asesinato de Santiago Nasar, Ángela Vicario se reencuentra con el que fue su esposo por menos de un día luego de haberle escrito infinidad de cartas que él nunca leyó, “y vio a Bayardo San Román en el resplandor del farol público, en la camisa de seda sin abotonar y los pantalones de fantasía sostenidos con tirantes elásticos”[45].

La víspera de la llegada del alto prelado al pueblo, “el coronel Lázaro Aponte…se vistió con calma, se hizo varias veces hasta que le quedó perfecto el corbatín de mariposa, y se colgó en el cuello el escapulario de la congregación de María para recibir al obispo”[46].

Reconocemos entonces en la moda del pueblo en que transcurre la novela marcadas diferencias sociales en la manera de vestir. Se consideraba por las personas de élite como materiales para ocasiones especiales el lino, el lienzo y el terciopelo, y por personas del común el paño. Asimismo, se pudo observar que el acto de vestirse no significaba nada por si mismo, sino que estaba asociado a un ritual en el que se tenía un sentido y un objetivo específico: demostrar el status social de la persona o los grupos de personas que lucían ciertas prendas y representar el misticismo social que había en el fondo de una fiesta o un acto comunitario.

3. CONCLUSIONES.

De acuerdo con las mas recientes investigaciones en el terreno de la filosofía de la historia, la teoría de la comunicación y la hermenéutica, pero sobre todo, desde el paradigma teórico de Paul Ricoeur sobre la relación entre historia y literatura, se ha asumido como punto de partida de la reflexión de este ensayo que la literatura y la historia se mueven ambos en el terreno de los discursos simbólicos en la medida que usan el lenguaje como único mecanismo de existencia y de posibilidad.

Si se comprende en toda su implicación la idea de que el lenguaje es el mecanismo de existencia y de posibilidad tanto de la literatura como de la Historia, se comprende también que la estructura de los acontecimientos reales y ficcionales es una estructura temporal, y es al mismo tiempo por ese motivo una estructura narrativa. La narratividad entonces esta inscrita en la manera de ser misma de lo temporal. La historia y la literatura, al apoyarse ambas en la experiencia humana de ser en el tiempo, comparten como referente último las estructuras de temporalidad.

La narratividad de la novela comprende el potencial encuentro de tres mundos: el mundo del texto, el mundo del autor y el mundo del lector. Es un encuentro potencial porque mientras el texto esta configurado en si mismo de acuerdo con la labor del autor de presentar un mundo posible, es solo en el encuentro con el lector que la obra se completa realmente, adquiere su ser mas trascendental. Esta fase de encuentro se denomina de acuerdo con Ricoeur refiguración.

El puente entre el mundo del autor y del texto, y el mundo del lector es la lectura. El fenómeno de la lectura hace que la ontología de la temporalidad inscrita en la obra trascienda. En este proceso el lector no juega un papel pasivo en la medida que tiene expectativas que se resuelven o se trasforman en el proceso de lectura.

De acuerdo con estos principios teóricos se ha podido establecer que el dialogo entre el mundo del autor, el mundo del texto y el mundo del lector la novela crónica de una muerte anunciada, es decir, el proceso de refiguración de la obra, es bastante dinámico en la medida que las estrategias de persuasión del autor lo permiten. No se encuentran lugares de indeterminación que planteen desafíos o complicaciones al lector, y la tendencia estética del texto hace factible que la lectura de cuenta de un mundo muy cercano a la realidad cultural e histórica del espacio y del tiempo del que se ocupa.

En la lectura crítica que se quiso llevar a cabo sobre los que se denominó elementos o componentes urbanos, familiares y sociales de la vida cotidiana en la novela crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez, se pudo observar con detalle que el estilo de este autor y las características propias de la corriente literaria en la que se inscribe, permiten captar con facilidad el ambiente cultural en el que tienen lugar las acciones que cuenta el relato.

Se pudo establecer que la vida urbana en la que transcurre la novela estaba caracterizada por una división social del espacio privado al interior de la casa y del espacio público en el pueblo. Estas diferencias se encontraron en la distribución de los espacios de la casa, donde la familia de alcurnia tenía la costumbre de ubicarse en lugares distintos y alejados a los que destinaba para el servicio doméstico y los animales. De igual manera, en el pueblo, la cercanía o lejanía a la plaza central y al puerto, sitios de importancia social, era un indicador del status de las personas que habitaban dichos sectores.

Se optó por relacionar el tema de la vida familiar con la formación en la familia de los roles de género y la institución matrimonial en relación con el tema del honor. Se encontró que el tratamiento de estos temas en la obra del Nóbel remite a ciertas pautas o patrones culturales. Al interior de la familia tradicional se inculcaban valores específicos y diferenciados para llegar al tan anhelado objetivo de estructurar personas aptas para emprender la tarea de formar nuevos hogares. En esta ruta de análisis, se pudo ver que se identificaba a la mujer con el espacio privado, el sufrimiento, la sumisión y las labores hogareñas, mientras que al hombre se lo identificaba con el espacio público, el valor, la defensa y el trabajo. También pudimos observar ejemplos de pautas generacionales de sometimiento sexual del hombre rico a la mujer pobre, basado en un vínculo laboral de tipo doméstico, sin que éstos entraran en contradicción con los valores tradicionales de la familia.

Se observó que la institución matrimonial era sobre todo un instrumento para establecer alianzas económicas y sociales favorables para las familias. La mujer, en este contexto, era el capital familiar con el que se podía cumplir este objetivo, y su opinión al respecto de su propio matrimonio era de carácter marginal frente a los intereses del esposo y de su familia.

El matrimonio, a su vez, estaba fundado en una noción particular del honor. El honor era entendido, de acuerdo con la lectura que se realizó, como un bien patrimonial de los familiares de la novia y en la misma medida del esposo, representado en la virginidad de la mujer que iba a se desposada. En este sentido, se consideraba una afrenta al honor de la mujer, de su familia, y de su futuro esposo, el hecho de que ésta no llegara virgen al matrimonio. Dicha afrenta justificaba cultural y moralmente actos de violencia contra la persona responsable de dicha deshonra. Aunque la legislación civil no contemplara la pena de muerte en este caso, el relato revela que hasta cierto punto comprendía como argumento válido para defenderse de una causa por homicidio el haberlo cometido en legítima defensa del honor.

Por último, se pudo observar que en el pueblo y el ambiente cultural en el que se desarrolla la obra, el acto de vestirse estaba asociado a la participación de los individuos en celebraciones comunitarias o fiestas de diversa índole. La moda propia de las personas de alcurnia no era la misma que la de las personas más humildes, de manera que el vestido se constituía en otro indicador de la diferenciación social en el pueblo. En resumen se pudo establecer que el acto de vestirse tenía un sentido y un objetivo específico: demostrar el status social de la persona o los grupos de personas que lucían ciertas prendas y representar el misticismo social que había en el fondo de una fiesta o un acto comunitario.


4. BIBLIOGRAFÍA

RICOEUR, Paul. Mundo del texto y mundo del lector. En: PERUS, Francois. Historia y Literatura. México: instituto mora, 1994. p 223 – 261

GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Crónica de una muerte anunciada. Bogotá: oveja negra, 1981. 122 p

JHONSON, David. Impacto social de la guerra de los mil días: criminalidad. En: revista Humanidades UIS, Vol. 24. Num. 2 (julio –diciembre de 1995) p 13 – 23

WHITE, Hyden. El contenido de la forma. Paidós: Barcelona, 1992





5. REFERENCIAS

[1] WHITE, Hyden. El contenido de la forma. Paidós: Barcelona, 1992. p. 181
[2] Ibídem
[3] Ibíd.. 185
[4] Ibídem
[5] RICOEUR, Paul. Mundo del texto y mundo del lector. En: PERUS, Francois. Historia y literatura. México: instituto mora, 1994. p223
[6] Ibíd.. p223
[7] Ibíd..p225
[8] Ibíd. P.227
[9] Ibíd..240
[10] Ibíd..p 242
[11] GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Crónica de una muerte anunciada. Bogotá: oveja negra,1981.p 12
[12] Ibíd..p30
[13] Ibíd..p 14 , 37
[14] JHONSON, David. Impacto social de la guerra de los mil días: criminalidad. En: revista Humanidades UIS, Vol. 24. Num. 2 (julio –diciembre de 1995) p 13 – 23
[15] Op cit. GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Crónica de una muerte anunciada...p 10. el autor usa desde el principio la denominación de “pueblo” para referirse al lugar en el que se desarrolla la obra. Aunque esta denominación no se toma en estricto sentido académico, sin duda parte de los elementos comunes que caracterizan la estructura urbana y social en este contexto.
[16] Ibíd..p 7
[17] Ibíd..p. 15
[18] Ibíd..p 14
[19] Ibíd..p 15
[20] Ibídem
[21] ibídem
[22] ibidem
[23] Ibíd..p 24
[24] Ibíd..p 44
[25] ibidem
[26] Ibíd..p 17
[27] Ibíd..p 20
[28] Ibíd..p 30
[29] Ibíd. p 35
[30] Ibíd. p 11
[31] Ibíd..p 13
[32] Ibíd..p 35
[33] Ibíd..p 38
[34] Ibíd..p 41
[35] Ibíd.. p 42
[36] Ibíd..p 53
[37] Ibíd. P 8
[38] Ibíd..p 10
[39] Ibíd..p 9
[40] Ibíd..p 18
[41] Ibíd..p 29
[42] Ibíd..p 45
[43] ibíd. p 37
[44] Ibíd..p 47
[45] Ibíd..p 51
[46] Ibíd..p 60